“Hablemos de la vida” les propongo. Y algunas aceptan. Después de varias visitas a aquel lugar me di cuenta de que a pesar de que mis deseos fueran otros, yo estaba allí para otra cosa, escuchar. Algunos dicen que eso se me da bien, no sé yo hasta qué punto es eso cierto… Esto me recuerda una frase que leí el otro día: “¡Ah! Y no habléis mal de vosotros mismos porque os pueden creer”.
Así que “hablemos de nuestras vidas”, que yo te escucho, y ya hablaremos de la de esa preciosidad que tienes dentro… si surge.
Puedes sentir dolor ante el sufrimiento ajeno o felicidad ante las alegrías y triunfos del resto, claro que puedes, si quieres. De repente su problema es tu problema, cargas con su tristeza, y vuelas con sus alegrías. Y así decidí moverme yo por ahí, cargando y volando. Y allí volví, sin nada planeado, dejándome llevar por la sed que me transmitía el deseo de volver a escucharlas y con la firme pretensión de saciarme.
Ella, sin conocerme de nada, me contaba todo lo que le quitaba el sueño, o mejor dicho, lo que le hacía no querer despertar cuando estaba dormida. Me sorprendió lo rápido que confió en mí, no callaba, lloraba pero también se reía de sí misma, eso último me encantó. Si, el menor de sus problemas era esa preciosidad, probablemente piense que suficientes problemas tiene ya como para tener uno más y por eso ella estaba donde yo la encontré.
Le hablé de seguir al corazón, que eso siempre sacará lo mejor de nosotros y retirará lo peor. El corazón siempre habla pero hay que atreverse a escucharlo. Y sin quererlo, solo diciéndole lo que algún día me gustaría que me dijeran a mí, le contagié las ganas de ser feliz. Si con cada uno de esos problemas escuchara a su corazón el 90% de ellos desaparecerían, y eso le dije. Estuvimos hablando de los defectos y las virtudes humanas, coincidió conmigo en que el peor defecto era no escuchar al corazón. Bien, primer paso.
El siguiente paso era ponerle corazón a todos los problemas que me había mencionado, ¡que no dejaban de ser duros, oye!
Pero, efectivamente, tenían solución. Ella me hablaba de su infelicidad, de su vida desganada y yo le planteé la siguiente cuestión: ¿por qué permites que nada te quite la felicidad? Y es que verdaderamente, señores, somos nosotros los que nos quitamos la felicidad, o los que dejamos que otros nos la arrebaten. Sí, se dio cuenta de que su felicidad estaba en sus manos y era ella la que había decidido no ser feliz, y por la misma regla de tres, era la única que podía recuperarla.
Definiría infeliz a aquella persona que no sabe darse a los demás, pero ella sí que sabía darse y de hecho lo hacía a menudo, y eso fue lo que le hice saber. Parecía que nadie le había dicho nunca lo especial que era solo por el hecho de ser “ella”, única. A mi esta chica me hizo más bien del que se podría imaginar, cuando hablas de corazón con la gente te das cuenta de muchísimas cosas con las que nosotros mismos vivimos pero que solo en la vida ajena resultan absurdas.
El problema es que ya no hablamos de verdad con las personas y ella me permitió el lujo de hacerlo, hablando de corazón a corazón. Y aquella chica no era un caso excepcional, todos y cada uno de nosotros sabemos hacerlo pero tenemos que querer, proponernos que vamos a tener conversaciones y a actuar con el corazón al mando, capitaneando. Suena tonto pero la experiencia me ha enseñado que los frutos son increíbles para ambas partes, la que “ayuda” y la que se “deja ayudar”. Al final eres las dos a la vez.
No recuerdo muy bien las cosas que le dije, pero sé que las hizo suyas. Muchas veces en esta vida te darán consejos y te mostrarán valores pero solo cuando hagas tuyo aquello que te enseñan serás realmente quien quieres ser, serás tú. Y es que muchas veces no somos nosotros, somos lo que el resto quiere que seamos. Nos hacen creer que no valemos nada, pero valemos todo. Todos somos capaces de sacar lo mejor de los que nos rodean y eso nos hace ser ese “todo” del que os hablo.
A la vuelta le pidieron que resumiera en una frase nuestro “encuentro” y así lo hizo: “Si lo que tengo dentro es un tesoro como esta niña yo me lo quedo”. Me saltaron las lágrimas, no por el piropo ni mucho menos, sino porque sin quererlo había conseguido desenmascarar un corazón.
Por supuesto que no soy un tesoro, pero sí que podría considerarme un clavo, un clavo de un tesoro al que llamo vida. Vine aquí para algo, con un plan que desconozco pero que busco dejándome llevar por el corazón. Y tú también eres un clavo así que, al lío.