Resulta interesante hablar sobre un sacramento tan conocido y, a la vez, valga la redundancia, tan desconocido. Todos hemos ido a misa, todos hemos visto el ritual que sigue el sacerdote en torno al pan y el vino, y todos hemos comulgado. Tomamos el Cuerpo de Cristo; pero, ¿qué es lo que recibimos realmente? ¿es necesario llevar a cabo este sacramento?
En un texto del Evangelio Jesús nos pide con deseo que no lo abandonemos, que recibamos su divinidad:
Dijo a los Apóstoles «Con ansias he deseado comer esta Pascua con vosotros » Lc.22,15. El Señor nos espera con ansias para dársenos como alimento; ¿somos conscientes de ello, de que el Señor nos espera con la mesa servida? Y nosotros ¿por qué lo dejamos esperando? O es que acaso, ¿cuándo viene alguien de visita a nuestra casa, lo dejamos sólo en la sala y nos vamos a ocupar de nuestras cosas?
Al definir la Eucaristía como la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre, renovando a la persona mística y sacramentalmente, decimos mucho más de lo que estas palabras expresan literalmente. Estamos recibiendo el Cuerpo de Cristo y con él, el Espíritu Santo, es decir, estamos haciendo del amor de Dios el pan nuestro de cada día; si recibimos amor, debemos compartir el amor, si tenemos pan, debemos compartir el pan. Por tanto, con esta renovación no sólo cumplimos un sacramento y recibimos a Jesús, sino que también nos estamos comprometiendo a actuar con semejanza a Cristo.
La mejor manera de entender la Eucaristía es haciendo con ella un símil. Es curiosa esta comparación, pero muy efectiva a la hora de la comprensión entre la juventud, si una de las cosas que más nos ocupa en esta edad es la búsqueda y el encuentro del amor verdadero, del amor de nuestra vida, entenderemos perfectamente este sacramento.
Parémonos a pensar, para enamorarnos, para que nuestro amor hacia alguien crezca, necesitamos un continuo contacto, una relación, una cercanía que nos ayude día a día a crecer en este sentimiento; y también, necesitamos la fuerza que el amor nos da, la seguridad, la tranquilidad, la confianza… ¿quién no se acuerda de un amor cuando lee esto? Ahora, pensad en la Eucaristía, con ella entramos en contacto con Dios, recibimos su amor, nos transmite su fuerza día a día, el amor de Jesús nos invade para llenarnos de felicidad a nosotros, a él y todas personas que están a nuestro alrededor. Si amamos, si queremos, si creemos en el amor; entonces, solo entonces, queremos y creemos en la Eucaristía, en el Espíritu Santo y en lo que Dios nos transmite por ellos.
Estamos llenos de vida, de energía, de ilusión, no perdamos la oportunidad de llenarnos día a día de amor. Vayamos a misa, luchemos por el amor, luchemos por un mundo mejor, está en nuestra mano hacer del futuro algo maravilloso. Si algún momento flaqueas, no dudes, busca en tu interior porque si estás en contacto con la Eucaristía, estás en contacto con Jesús, y si estás en contacto con Jesús, en tu interior hay amor.
Siéntate y escucha a tu corazón, siéntate y escucha a Dios, porque él todos los días tiene un mensaje para ti.