Una lección de perseverancia.

Catequesis

Cuando la vida te ofrece una segunda oportunidad, puedes dejarla pasar a toda velocidad y pensar que solo es un brote de suerte puntual, o agarrarla y aferrarte a ella teniendo la certeza que te la has ganado a pulso.

Estos últimos meses hemos sido testigos de dos de las mayores historias que ha vivido el mundo del deporte, y no hablo solo a nivel de resultados. Hablo a nivel personal, de un esfuerzo que no se ve, de un espíritu incansable de valentía y superación. Toda una lección de vida que ha hecho a Rafa Nadal y Roger Federer levantar una nueva copa de Grand Slam y con ella, la moral y la alegría de millones de personas.

Les hemos visto en infinidad de victorias. Épicas remontadas de Rafa y auténticos derroches de talento de la mano del suizo. Hemos gritado, celebrado y más que cualquier otra cosa, disfrutado del deporte y de las experiencias que nos han brindado. Pero cuanto más grande es la victoria, mayor es la caída. Las lesiones y los malos resultados acusaron a ambos. Ya no luchaban cómo antes, las piernas y la mano del suizo flaqueaban y Rafa perdió parte de ese espíritu de lucha sobre una pista de tenis. La prensa se unió al declive con augurios de retirada y el futuro de ambos se veía cada vez más negro.

Y es justo aquí, en el punto en el que tocas fondo, donde está la diferencia. Puedes dejarte caer, lamentarte y pensar en una retirada digna, o aprovechar para apoyar los dos pies y pegar un impulso hacia arriba.

Comienza el primer Grand Slam de la temporada y cuando pensabas que todo estaba en declive, disfrutas de una final que prácticamente había quedado en el recuerdo. Recuperas la emoción, esa cosilla en el estómago y la certeza de que vas a presenciar algo grande. Rafa Nadal y a Roger Federer se disputan de nuevo un trofeo. Algo que no ocurría desde 2015.

Ese día fue momento para el suizo, consiguiendo entrar aún más en la historia. Algo que haría Nadal unos meses después levantando, nada menos, que su décimo trofeo en Roland Garros.

Y ahí están los dos, cada uno agarrando su trofeo y con lágrimas de felicidad y de sacrificio. Porque a pesar de caer creyeron. Siempre lo han hecho. Una forma privilegiada y acertada de ver la vida que nos enseña a superar todas las barreras e ir más allá de nuestros límites. Porque si se lucha, se persevera.

Ignacio de Loma-Ossorio.