La historia del éxito

Catequesis

Tengo que darte una noticia que quizás nunca has querido reconocer, o posiblemente no la hayas escuchado jamás tal y como te la voy a decir: Cristo es el protagonista de nuestras vidas.  En los Hechos de los Apóstoles, cualquiera que se asome a alguno de sus capítulos descubre que, en esa gesta por ser mensajeros de la Verdad, los apóstoles y discípulos que asumieron dicha tarea, e incluso quienes nunca habían conocido al Señor… ¡Nunca estuvieron solos! Aquel eunuco etíope que, pronuncia: “creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hch 8, 37) profirió esas palabras porque alguien le enseño y le acompañó en la lectura de las Sagradas Escrituras. ¿Te dejas ayudar en tu camino hacia la santidad?  Del mismo modo que el etíope “rogó a Felipe que subiese y se sentase a su lado” (Hch 8, 31) ¿Estás dispuesto a pedirla?

 

Reconocernos limitados e insuficientes a la hora de alcanzar nuestras metas es un paso que hay que dar para acoger esa guía que el director espiritual nos ofrece, y sin embargo, son muchos los que no se atreven a darlo, porque implica reconocer la mayor derrota: sentirse fracasado. Pero ahí radica el problema de interpretación; Caerse no es el final, sino el principio para coger impulso y volver a caminar. En ese abismo, Dios nos ofrece por medio del consuelo de la dirección espiritual esa determinación para levantarse y pisar con más fuerza, dejando huella. Pero para dejarla, primero hay que dejarse. Y esto resulta más complicado cuando dejamos que nuestra formación o experiencia en la fe sirvan de excusa para decir: a mí no me hace falta. Ya lo decía Jesús: “donde yo voy, vosotros conocéis el camino” (Jn 14, 4). Ahora bien, ¿Cómo atravesarlo? Esa pregunta es la que el director espiritual trata de desenmascarar para ayudarnos a ser comprometidos con la tarea de predicar el evangelio por todo el mundo.

San  Juan de la Cruz era muy tajante al afirmar que al atardecer de la vida seríamos examinados en el amor. Para amar de verdad, para acoger sin reparos ese “darse” sin medida, es necesario aprender a amar. A través de las orientaciones de la dirección espiritual, se nos fortalece y vivifica precisamente en ese vivir por y para materializar el amor hacia Dios, y correlativamente, a los demás. Pero para eso, hay que aceptar humildemente nuestra limitación, y de esta manera, dejarse sorprender hasta alcanzar a ese omnipresente protagonista: nuestra plenitud, o mejor dicho, Cristo.