El Jubileo de los Jóvenes fue una nueva oportunidad para comprobar que formamos parte de una Iglesia viva, joven y universal. Francisco nos convocó en agosto de 2023, y León XIV nos recibió en 2025, mostrándonos cómo ser peregrinos de esperanza en un mundo que cada vez más invita a lo contrario. A continuación, me gustaría reflexionar sobre algunas de sus frases que más me impactaron durante esa semana.
“Quienes creen nunca estarán solos”.
Uno de los principales problemas en la actualidad es el sentimiento de soledad que padecemos miles y miles de jóvenes. Vivimos en un mundo digitalizado, donde nada nos llena. Nos alimentamos de experiencias intensas que, poco a poco, dejan un enorme vacío en nuestro interior. El Santo Padre nos dice que tener fe es una gracia, y que no podemos sentirnos solos cuando caminamos con Él, como aquellos de Emaús. Jóvenes, ¿acaso no ardían nuestros corazones en Roma?
“Dejen espacio a la esperanza, porque Dios lleva a término lo que comienza”.
En el encuentro de españoles se nos dio un mensaje claro: “no podemos ser turistas espirituales, sino peregrinos de esperanza”. La esperanza, esa gran virtud, ha de ser la seña de identidad de todo cristiano. Era fácil ver en Roma caras de entusiasmo y de esperanza entre los jóvenes, pero no podemos dejar que esa sensación se marchite y quede en un recuerdo, sino que hemos de llevarla al resto del mundo. Ya lo decía el Papa Francisco: “¡Un cristiano no puede vivir con cara de vinagre!”.
“Queridos jóvenes, ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo”.
En nuestras mochilas cabían paraguas, botellas y rosarios; pero en el corazón, cada uno traía un equipaje más pesado: una depresión, la enfermedad de un padre, la fe perdida de alguien cercano o el dolor de una ausencia. Pero hemos de saber que tenemos una función primordial en la sociedad actual: tenemos que darle sabor a los días insípidos y luz a los momentos más oscuros. Aunque llevemos una cruz a cuestas, muchas veces no tiene por qué notarse.
“Céntrense en Cristo para vencer la lógica del mundo”.
El mundo nos habla de lo instantáneo y de la individualidad: en redes sociales, en las relaciones interpersonales, etc. Lo queremos todo para ahora, rehuimos de todo sufrimiento y se nos dice que hay que ser “el mejor”, cueste lo que cueste. Sin embargo, Jesús no nos invita a seguir la lógica del mundo sino a hacer de nuestra vida Evangelio, y en el Evangelio también cabía el dolor, el llanto y la agonía. Pero es en esos momentos cuando hemos de decir, como nos dijo el Santo Padre: “Quédate con nosotros, Señor”.
Ojalá nunca olvidemos cómo nos ardió el corazón en Roma, y seamos capaces de contagiar una alegría que tenga sus raíces en la esperanza.
Alejandro Montoro