Recientemente he podido comprobar cómo el saber de muchas cosas, profundizando hasta los tuétanos de las cosas, puede ser un obstáculo para encontrarse con Dios. No digo esto para criticar o preocupar a quienes saben mucho, porque también conozco a varios que sabiendo mucho conocen a Dios y lo tratan con humildad y devoción. Tampoco yo soy precisamente tonta y estoy segura de que, aunque mi relación con Dios es verdaderamente mejorable, recibo muchas luces que me muestra Él.
No sé cuál es la palanca que hay que accionar para que se clarifiquen los misterios de Dios. Yo no lo sé, y por eso sentía que no podría escribir sobre esto, aunque con insistencia me venía el tema en la oración. El pasaje del Evangelio en el que Jesús da gracias a Dios Padre porque ha ocultado estas cosas a los sabios y entendidos me parece cuanto menos difícil de entender.
En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños». (Mt 11, 25)
Yo no entendía cómo puede ser que los sabios y entendidos no tuvieran acceso a las revelaciones de Dios. Por ejemplo Benedicto XVI es un sabio y entendido y nadie duda de su cercanía con Dios. ¿Cómo es posible que Jesús orara de este modo?
Me ocurre a menudo que, estando perdida en la oración, leo algo que me muestra el camino para entender, y entonces puedo escribir. Esto es lo que me ha ocurrido: estaba ya cansada del libro Jesús de Nazaret, de Benedicto XVI, no veía el momento de terminar, y de pronto me encuentro con una especie de tratado sobre cómo acceder a los misterios de Dios. Os lo voy a contar.
Benedicto escribe esto para comentar el mismo pasaje:
ellos se enredan en la maraña de su conocimiento de los detalles. Todo su saber les ciega a la sencilla visión del conjunto, de la realidad de Dios mismo que se revela; en efecto, esto no resulta muy fácil para uno que sabe tanto de los problemas complejos.
Se refiere a los escribas y fariseos que tienen la ocupación de estudiar todos los detalles sobre Dios. Quieren conocerlo todo y no se dan cuenta que es imposible, nunca puedes contenerlo todo, no sería Dios. Hay que dejarle a Dios ser Dios. Hay que acercarse sabiéndose pequeños, incapaces de Dios.
Benedicto está hablando de Jesús, Hijo de Dios, de cómo viven en relación, y cómo la voluntad del Hijo se identifica plenamente con la del Padre llegando así a conocerse. Ése es el mismo camino que debemos recorrer nosotros para conocer a Dios. Esto exige un desprenderse de la autonomía del sabio. Es necesario vivir en relación, como un niño con su padre, para que mi voluntad sea la de Dios y así llegar a conocerlo.
Hacerse pequeños, ésta es la clave.
Me encanta cómo lo expresa san Pablo en la primera carta a los Corintios:
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio (1 Co 3, 18).
Cuando Jesús habla de los sabios y entendidos, no habla de todos, se refiere a los que se creen sabios y entendidos, a los que creen que ellos pueden alcanzar la sabiduría, sin dejar espacio a la revelación. No es un camino fácil, pero es el único camino. Ayuda mucho saberse imperfecto y pecador; al menos a mí.