Basada en la célebre novela A Christmas Carol de Charles Dickens, Un cuento de Navidad (1984), protagonizada por George C. Scott, es una de las adaptaciones más fieles y maduras del relato. Nos sitúa en el Londres victoriano para narrar la historia de Ebenezer Scrooge, un hombre rico y respetado, pero espiritualmente empobrecido. En plena Nochebuena, Scrooge recibe una visita inesperada que lo llevará a recorrer su pasado, su presente y su futuro, obligándolo a enfrentarse a la verdad de su propia vida.
No es casual que esta historia encuentre su lugar natural en la tercera semana de Adviento, la semana Gaudete, dedicada a la alegría: no una alegría superficial o ruidosa, sino aquella que brota cuando el ser humano se reconcilia consigo mismo, con los demás y con Dios. Dickens nos recuerda que la verdadera alegría cristiana nace de la conversión del corazón.
Desde el inicio, Scrooge se presenta como un hombre endurecido y tacaño, cuya existencia gira exclusivamente en torno a su fortuna. La conversación con su sobrino resulta especialmente reveladora: para Scrooge, la Navidad es una tontería, una excusa absurda para perder tiempo y dinero; para su sobrino, en cambio, es un tiempo para abrir el corazón, para reunirse, para recordar que nadie se salva solo. Esa oposición de miradas resume el conflicto central de la historia.
Más adelante, cuando unos hombres le piden una donación para los pobres, Scrooge responde con un cinismo brutal: afirma que ya contribuye pagando impuestos y que existen instituciones para ocuparse de ellos, llegando incluso a bromear con que, si los pobres mueren, aliviarán el exceso de población. Esa misma noche, el espectro de su antiguo socio, Jacob Marley, irrumpe para advertirle que ha desperdiciado su vida y como parte de su penitencia, anuncia la llegada de tres espíritus que le visitarán antes del amanecer.
El primero en aparecer es el Fantasma de las Navidades Pasadas, portador de la luz de la verdad. Ante la pregunta de Scrooge —“¿qué asunto te trae aquí?”—, el espíritu lo conduce, invisible, a su propia historia. Revive su infancia solitaria, el amor de su hermana fallecida (cuyo hijo es ahora su sobrino) y la alegría sencilla de las Navidades junto a Fezziwig, su primer jefe, que sabía tratar a sus empleados con humanidad y cercanía. Scrooge, que al principio desprecia esos gestos como tonterías, comienza a comprender su verdadero valor.
El viaje culmina con la aparición de Belle, la mujer a la que amó y perdió porque el dinero desplazó al amor. Por primera vez, Scrooge sonríe… y sufre. El espíritu le hace una pregunta silenciosa pero devastadora: ¿qué has ganado sacrificándolo todo, qué has perdido en el camino? La verdad se impone sin violencia, mostrando una vida que pudo haber sido y no fue.
A las dos en punto llega el Fantasma de las Navidades Presentes, que introduce a Scrooge en la realidad viva de los demás. Le muestra la humilde pero amorosa Navidad de Bob Cratchit y su familia, marcada por la fragilidad de Tim, y también la celebración alegre en casa de su sobrino, de la que él mismo se ha excluido por orgullo.
Pero la escena más dura ocurre cuando el espíritu lo lleva bajo un puente, donde una familia pobre intenta pasar la Navidad como puede. Scrooge pregunta por qué están allí, si existen instituciones para ayudarlos, y el espíritu lo interpela directamente: ¿has visitado alguna vez esas instituciones de las que tanto hablas? ¿No son seres humanos? Por primera vez, Scrooge se ve confrontado con su falta de compasión. No entiende por qué se le muestra todo esto, qué tiene que ver con él… y esa es precisamente la respuesta: tiene todo que ver con él.
Abandonado allí, pasando frío entre desconocidos, Scrooge suplica misericordia. ¿Qué ha hecho para merecer tal soledad? Es entonces cuando aparece el Fantasma de las Navidades Futuras, una figura silenciosa y oscura. Le muestra un futuro marcado por la indiferencia: su muerte no conmueve a nadie, sus bienes son repartidos sin respeto y su recuerdo se disuelve en el olvido.
Desesperado, Scrooge pregunta si ese destino es inevitable, si no hay esperanza para él. La respuesta no llega en forma de palabras, sino como una llamada urgente a la conversión. Con el corazón quebrado, promete que las lecciones recibidas no caerán en balde y suplica una segunda oportunidad. Y es ahí, en ese grito sincero, donde nace la verdadera alegría: la alegría del perdón, del cambio, de una vida nueva.
Un cuento de Navidad nos recuerda, en esta semana de Adviento, que la alegría cristiana no consiste en acumular, sino en darse; no en cerrarse, sino en amar. Scrooge descubre que aún está a tiempo, que mientras hay vida hay esperanza. Como recuerda san Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Flp 4,4). Y esa es también la buena noticia del Adviento: Dios sale a nuestro encuentro incluso cuando el corazón está frío, para despertarlo y llenarlo de una alegría que nadie puede comprar.
José Carcelén Gómez
Ficha técnica:
Título original: A Christmas Carol
Año: 1984
País: Reino Unido
Dirección: Clive Donner
Reparto: George C. Scott, Frank Finlay, Ángela Pleasence, David Warner







