Descubrir la vocación es buscar la felicidad. Si Dios te conoce mejor que tú mismo, Él sabe qué es lo que te hace feliz y llena el alma. Fue precisamente en esa búsqueda donde encontré mi vocación.
Durante varios años viví sin ilusión: nada me alegraba, ni la familia, ni los amigos, ni lo que estudiaba. Había perdido el gusto por vivir, y esa profunda desilusión hacía que cualquier cosa me costara el doble. Fue entonces cuando comprendí que las ideas que muchas veces me imponía la sociedad en la que vivía jamás podrían darme la felicidad que yo buscaba. Decidí confiar en Dios, porque veía que la felicidad que a mí me faltaba sí la tenían las personas que confiaban plenamente en Él.
Comencé a interesarme más por las cosas de Dios. Todos los pensamientos e ideas que me impedían confiar en Él o creer en Él trataba de responderlos: preguntando, viendo videos y leyendo. Poco a poco mi confianza fue creciendo, y al mismo tiempo descubría la belleza que había en Dios. En esos días de búsqueda, queriendo entender por qué tantas personas creían y confiaban en el Señor, supe de un retiro de Effetá y quise probar. Fueron unos días increíbles: conocí a jóvenes que tenían lo que yo estaba buscando, esa felicidad que Dios da. A medida que pasaban las horas en el retiro, sentía que mi amor por Dios crecía. También conocí allí a un seminarista y al vicerrector del Seminario Mayor de Toledo, quien me dijo que rezara para descubrir qué era lo que Dios quería de mí.
A partir de entonces comencé a rezar todos los días: la liturgia de las horas, el rosario y mi oración personal. En la oración encontraba paz, felicidad, fuerza para seguir adelante y un deseo profundo de estar más cerca de Dios. Ese deseo terminó convirtiéndose en un pensamiento constante: quería dar a Dios lo más valioso que tengo, mi vida, para que a través de mí pudiera llegar a más personas.
Debo decir que esta decisión no fue fácil. Dentro de mí había una lucha entre la cabeza, que me ponía muchas inseguridades, y el corazón, que lo deseaba con fuerza. Estuve así un tiempo, hasta que me cansé de esa lucha y tomé la decisión de entrar al seminario. Ya llevo dos meses aquí, y cada día que pasa siento que ha sido la mejor decisión que he tomado en toda mi vida.
Omar Ortez







