Mariana Caminos, residente en Toledo y madre de cuatro hijos, creció en una familia argentina atea y de ideología izquierdista exiliada en Ibiza tras la dictadura del 76.
Sin bautismo ni formación religiosa, su juventud estuvo marcada por la soledad, la tristeza y la búsqueda espiritual. Se adentró en la Nueva Era, influenciada por su pareja, pero descubrió que ese vacío no se llenaba.
En un momento de desesperación, elevó una oración a un “Dios desconocido” y experimentó una presencia que la impulsó a romper con su vida anterior. En un retiro vivió una conversión profunda: al confesarse y comulgar por primera vez sintió el amor de Dios y la plenitud que siempre había buscado. Desde entonces, su vida cambió radicalmente, abrazando la fe católica pese a la incomprensión de su entorno.