Monkole, un encuentro con las caricias de Dios entre los más pobres

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Han pasado ya un par de semanas desde que mis compañeros y yo aterrizamos en Madrid, después de haber pasado un mes entero trabajando en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, colaborando con el Hospital Monkole y la fundación Amigos de Monkole que lo apoya desde España. No sé qué me deparará la vida ni cuáles serán los planes de Dios para mí, pero sí sé que este viaje se quedará conmigo para siempre. Todos nos hemos traído de vuelta una mochila llena de experiencias, emociones y aprendizajes que nuestro corazón no olvidará jamás.

Kinshasa es muchas cosas. Es caos, es sufrimiento, es esperanza, es debilidad y es grandeza. Objetivamente, la situación del país entero es terrible. Pero a veces, si se tiene un corazón amante, la objetividad no define las cosas. Y el Congo es un ejemplo de ello. Quizá pueda sorprender, porque es difícil verlo, pero en ese inmenso país africano, abandonado incluso por los propios congoleños, las caricias de Dios son una constante. Y eso es, sin duda, lo que me encantaría que definiera al Congo: un país donde a cada esquina se puede encontrar la mirada amorosa de Dios.

Inocentes, pensábamos que el Congo iba a agradecernos nuestro trabajo allí. Ingenuos… Allí, Dios ha tocado nuestro alma mucho más de lo que hubiéramos podido llegar a imaginar; el Congo y su gente nos ha enseñado de la vida, el amor y el dolor mucho más de lo que jamás aprenderemos; y junto a ellos, hemos redescubierto el vivo reflejo del Amor de Dios.

A lo largo del día, en medio de las jornadas de trabajo agobiantes, son muchas las ocasiones de encontrarse cara a cara con ese Dios misericordioso que tanto ha amado el ya difunto Papa Francisco. Pero en medio del caos, de la pobreza, del ruido y de la abrumadora suciedad, hay un pequeño paraíso, en el que el encuentro con Él es irremediable. El hospital Monkole, construido en 1991 por iniciativa de un grupo de españoles, es hoy referencia, esperanza y asilo para miles de personas que jamás se plantearon la posibilidad de ser atendidos por un médico real, dado que allí la renta per cápita apenas supera los 653 euros anuales.

En la década de los 90, Monkole comenzó su actividad con apenas tres camas y un simple quirófano. 30 años más tarde, más de 100 personas pueden pasar la noche en sus instalaciones, atendidas como lo estarían en cualquier hospital europeo. Pero el gran milagro radica en que cientos de miles, todos aquellos que acuden buscando consuelo físico, son ya conscientes de Monkole es ese milagro de Dios que da luz, esperanza y fe en medio de un país azotado por el odio, un milagro en el que encontrar Su abrazo sanador es tan fácil como mirar al cielo.

Lo cierto es que si se observa el contexto en el que se encuentra Monkole se llega rápidamente a una conclusión: el hospital es insostenible económicamente. Basta con mirar las calles para entenderlo. Montañas de basura en cada esquina, madres que no saben qué darles de cenar a
sus hijos, niños pidiendo por la calle…

En este contexto, cabe preguntarse por cómo es posible que un hospital del nivel de Monkole sea posible. La respuesta es sencilla: trabajo duro, calidad humana y muchas dosis de esperanza. Pero también la mano dulce de la fundación Amigos de Monkole, de origen vallecana, una ONG que desde Madrid, con la ayuda de muchos pocos, cambia miles de vidas al año. Si Monkole es un milagro, la fundación es un ejemplo de generosidad y altura humana. Su labor es sencillamente impresionante. Simplemente con investigar en su página web ya se puede descubrir su deseo de hacer de este mundo un lugar mejor. Pero vivirlo, verlo, sentirlo, es una experiencia que emociona.

Desde su fundación en 2017, la ONG sigue creciendo, con una sed infinita de ayudar, y sus proyectos son ya muy extensos y variados, mayoritariamente desarrollados en el Congo. Las acciones de Amigos de Monkole, que se pilotan desde Madrid, giran principalmente en torno a
tres pilares: sanidad, mujer e infancia. Y todas ellas son absolutamente fundamentales.

Entre otras cosas, Amigos de Monkole vive gracias a la donación de muchos pocos, que de verdad pueden cambiar muchas vidas. No queremos que el corazón se olvide de lo vivido y por ello no podemos dejar que se quede solo para nosotros. Ojalá todos formaran parte de Amigos de Monkole. Para todos aquellos con sed de ayudar, hay muchas maneras de colaborar, aunque sea un pequeño grano de arroz; el mar, al fin y al cabo, son gotas. Por un lado, está la opción de realizar un Bizum, al código 03997. Por otro lado, se pueden realizar transferencias puntuales a la cuenta ES52 0049 2694 1824 1448 4666 (con desgravación fiscal de hasta el 80%), o domiciliación bancaria. También se puede participar en la infinidad de retos y objetivos que publican periódicamente en la web migranodearena.org o teaming.net. y por supuesto, colaborando a través de la compra de sus calendarios y agendas, cuyas ventas se destinan íntegramente al desarrollo de proyectos en el país.

Nuestro viaje ha durado apenas un mes. 30 días han bastado para descubrir que, por desgracia, dolor y esperanza, bien y mal, sufrimiento y valor, son términos opuestos pero que en muchas ocasiones conviven demasiado cerca. Las caricias de Dios se hacen un hueco en cada esquina, provocando un choque arrollador entre dos realidades difícil de explicar. Porque donde hay dolor, siempre va a haber una luz que ilumine y dé esperanza. Y esa luz en el Congo es Monkole y Amigos de Monkole, guiados por la mano de Dios.

Regina Marín Latonda