Mi nombre es Karol, una joven peruana de 20 años y actualmente curso mi tercer año de Psicología en la Universidad de Piura. Lo sé, mi nombre no es muy común y muchas veces me han dicho que es de varón. Pero mi nombre no es una coincidencia. Nací el 31 de marzo de 2005, justo cuando San Juan Pablo II estaba por partir al Cielo. Mis padres me entregaron a su protección con mi nombre, y desde entonces he sentido la intercesión de mi santo patrón en cada paso. Un Karol guiando a otra Karol, ¡imagínense!
Mi fe comenzó en el colegio, pero fue al mudarme a Navarra a estudiar Derecho donde descubrí el espíritu de lo que es vivir realmente la fe, con la compañía y guía de San Josemaría y el rosario como ese «chat» directo con la Virgen que les aseguro que nunca les dejará en delivered ni en visto. Mi estadía en Navarra me ayudó muchísimo a conocerme a mí misma, mi vocación, mi fe y, sobre todo, a conocer más a Jesús.
Fe y Vocación
Pero Dios tenía otros planes para mí. Mi corazón latía por la Psicología, no por el Derecho, y mi vocación se sentía en otra dirección. Les confieso algo que me costó entender, y es que a veces, al tomar decisiones importantes, la sinceridad debe empezar por nosotros mismos. Somos quienes recibimos esa vocación y quienes debemos trazar y cumplir nuestra propia misión.
Mi vocación siempre fue el servicio a los demás. Al hacer el cambio de carrera, entendí que la Psicología sería mi herramienta para entender y ayudar a las personas dejando mi granito de arena en cada vida para ayudar a las personas a superarse a sí mismas y florecer.
Afrontar este cambio y hablar con mis padres fue un desafío inmenso que me paralizaba. La idea de fallarles o decepcionarlos era durísima. Pero si algo aprendí de San Josemaría es que la vocación y la alegría no se negocian.
Decidí que el único camino era la sinceridad, y me lancé a esa conversación difícil, casi confesional, llena de miedo, pero con la fortaleza y gracia del Espíritu Santo, lo logré. A pesar de que cuesta muchísimas veces aceptar estos cambios radicales, en el fondo, no hay nada que me pueda hacer cambiar de opinión más que la certeza de que los planes de Dios son perfectos y nunca nos da una cruz que no podamos cargar.
Regresar a Perú fue difícil, pero Dios me regaló la amistad de una muy buena amiga, Mabe. Ella fue como un angelito que llegó en el momento indicado, en medio de mi tormenta. Mabe me acercó a las personas indicadas, me enseñó y me acercó más a Dios, y ella junto a Fátima me presentaron lo que es el espíritu de la obra del Opus Dei y lo que ahora considero como mi segunda casa, que es Ausangate.
Ausangate
Ausangate se convirtió en ese lugar donde fui recibida con los brazos abiertos y donde la labor de San Rafael me enseñó que la santidad se vive en lo cotidiano.
Lo más valioso es la amistad humana genuina. Ausangate es un ambiente de servicio mutuo y bondad donde todas compartimos el mismo sentido de vida. Los círculos y encuentros formativos se han convertido en un compromiso interior de vivir lo aprendido para lograr un crecimiento gradual y constante.
Además, allí Dios me regaló a Virgie, mi guía espiritual. Ella me acompaña, me escucha, me ayuda a discernir y se ha convertido en alguien muy especial por el cariño genuino que nos une.
Y es que comprendí que la fe no es la euforia del salto de partida, sino la resistencia silenciosa del nadador de fondo. Lo crucial es mantener la brazada constante, sabiendo que la meta se alcanza con el ritmo de cada respiración. Como dijo San Josemaría en Camino: «Comenzar es de todos; perseverar es de santos» (Punto 983). Este lema me ha dado la fuerza para mantenerme constante en la vida de oración y en mi nuevo camino.
La Peregrinación Mariana
En agosto de este año tuve la grandiosa oportunidad de realizar una Peregrinación Mariana junto a mi mamá y nuestra parroquia por distintos países de Europa, entre ellos República Checa, Hungría, Polonia, Italia y Bosnia. No fue solo un viaje, sino una recarga de fe masiva que nos permitió conocer la historia viva de la Iglesia en un tiempo súper especial, ¡el Año Jubilar! Tuvimos el regalo de conocer santuarios inmensos, participar de Santas Misas inolvidables y tener constantes encuentros de reflexión y conexión con personas de distintas partes del mundo.
En el Vaticano, la experiencia fue de Iglesia Universal. Tuvimos el privilegio de asistir a la audiencia con el Santo Padre, el Papa León. Fue en la Basílica de San Pedro, donde el corazón de la Iglesia late más fuerte, que pude rezar y tener misa junto a la tumba de San Juan Pablo II. Fue un momento de profunda intimidad, sintiendo el abrazo personal de mi santo patrón, esa guía que me acompaña siempre.
Polonia nos regaló un encuentro con la sencillez de la santidad, recorrer Wadowice fue volver a la infancia de mi santo patrón, y luego sentir la fuerza de su llamada a la Divina Misericordia en Cracovia.
Sin embargo, el recorrido también me exigió una reflexión profunda. Visitar Auschwitz me tocó el alma. Reflexionar allí sobre lo que sucede cuando el hombre se hace ausente de Dios me dio una certeza que resuena con lo que dijo San Juan Pablo II: “Auschwitz es el testimonio de hasta dónde puede llegar la iniquidad del hombre contra el hombre, hasta qué punto pueden llegar el odio y la violencia cuando se siembra en los corazones el desprecio del otro”. Considero que es algo que se debe reflexionar con los acontecimientos que se siguen viviendo hasta la fecha.
Medjugorje: El hombro de la Reina de la Paz
Pero, sin duda, la cumbre de mi peregrinación fue a los pies de la Reina de la Paz. Subir el Monte Podbrdo es una experiencia única, y claro, ¡totalmente accidentada! La bajada bajo la lluvia fue la verdadera lección, el camino era resbaladizo, pero la gracia nos empujaba a ser hombro de apoyo mutuo para levantarnos. Vi a mucha gente, incluso descalza, caer, y nuestra tarea era ayudarlos.
Arriba, viví un encuentro único y muy personal con la Virgen. Fue un espacio de conversación inolvidable con ella, donde sentí que me abrazaba y me daba la fuerza para hacerle dos promesas que cambiaron mi vida: Rosario y Misa diarios, que son el GPS que siempre te dirige a casa y que serían mi camino para acercarme más a ella y a su amado Hijo.
El momento que me impresionó hasta las lágrimas fue la Misa. Ver a millones de personas de distintas banderas, lenguas y edades como una familia inmensa de Dios todos unidos en la fe, escuchando la Misa en bosnio al lado de nuestra Reina Madre, fue el corazón de la Iglesia latiendo por todo el mundo. Presenciar la devoción en la recepción de la Eucaristía y ver a mis sacerdotes junto a otros de todo el mundo fue un golpe de unidad y hermandad inigualable.
El propósito que permanece
No importa cuántas veces caigamos, que el orgullo quiera ganar la batalla, o que seamos duros e impacientes con los que amamos o incluso con nosotros mismos. Lo que verdaderamente importa es reconocer que el amor de Dios y su perdón son infinitamente más grandes que todo. Él no espera que seamos perfectos, sino que, dentro de nuestra humanidad, nos esforcemos cada día por levantarnos. Aun cuando nos sintamos perdidos y no veamos la luz, Él ve nuestro camino completo y no nos juzga por las caídas. Su Amor es la única ruta.
Karol Zamora
Lima, Perú
@karol_zamoraf