María Espejo, de 25 años, siempre vivió rodeada de la fe, aunque sin profundizar demasiado. En la universidad, un encuentro con seminaristas despertó en ella el deseo de escuchar a Dios. Durante un Vía Crucis experimentó de forma personal la cercanía del Señor. En la pandemia ayudó a familias necesitadas y aceptó, confiada en Él, la misión de ser catequista.
Un encuentro con Dios transformó la vida de María
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