El último samurái (2003), dirigida por Edward Zwick, nos sitúa en un Japón convulso a finales del siglo XIX, cuando el país comienza a abrirse al mundo y a adoptar con rapidez las formas del modernismo occidental. El emperador Meiji, aún joven y vulnerable, se ve presionado por ministros que lo empujan hacia la modernización a cualquier precio, incluso si eso implica declarar enemigos a los últimos samuráis, guardianes de un orden tradicional que no encaja con los nuevos tiempos. La película plantea, así, un choque inevitable entre dos mundos: el del progreso acelerado y el de un código ancestral que entiende la vida y honor de un modo completamente distinto. En medio de este proceso aparece el capitán Nathan Algren, un veterano estadounidense marcado por los horrores cometidos en la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865) y de las campañas contra los indios.
Algren y Katsumoto se encuentran por primera vez como enemigos. El capitán Algren, ha sido contratado por el gobierno japonés para entrenar a un ejército moderno, para enfrentarse contra la rebelión samurái que lidera Katsumoto. Sin embargo, la tropa de Algren está mal preparada, y en su primera misión es derrotado con facilidad. Algren, herido y acorralado, ofrece una resistencia desesperada que llama la atención de Katsumoto. En lugar de matarlo, decide tomarlo prisionero y llevarlo a su aldea. Ese gesto marca el inicio de su relación, Katsumoto ve en Algren una mezcla de furia, coraje y sufrimiento que lo intriga. Algren, obligado a convivir con sus captores, descubre en Katsumoto no solo a un guerrero formidable, sino a un hombre guiado por un código de honor que le resulta ajeno y fascinante. Desde ese choque inicial surge un vínculo que transformará a ambos.
Durante su estancia en la aldea samurái, Algren aprende el idioma, las costumbres y, sobre todo, la disciplina del código de Katsumoto y sus samurais. Lo que empezó como cautiverio se convierte en revelación: el soldado roto, marcado por atrocidades deshonrosas, comienza a hallar paz en una forma de vida que lo enfrenta a sus propias sombras y le devuelve un propósito. El viaje de Algren es también una búsqueda de redención y un propósito más allá del de matar. Allí donde antes obedecía órdenes que lo llevaron a cometer atrocidades sin sentido, ahora adopta la causa de los samuráis, en la que encuentra dignidad, aun sabiendo que está condenada.
Hay un evidente contraste entre estos dos estilos de vida, como se ve en la forma de tratar la muerte: para los samuráis, morir con honor es tan importante como haber vivido con rectitud; para Algren, en cambio, la muerte ha sido siempre un recordatorio de la culpa y la pérdida. Uno de los momentos más impactantes de la película es cuando el emperador recibe a Algren tras la batalla y le pregunta qué fue de Katsumoto, Algren responde: “Mejor le contaré cómo vivió”. No se trata de la muerte en sí, sino de la calidad de la vida y la coherencia con los propios principios.
Es cierto que en la trama de la película repite la fórmula del forastero que se adentra en una cultura distinta, como sucede en Bailando con lobos, Avatar, Dune o Lawrence de Arabia, pero aquí el relato adquiere un sabor especial. La magia de esta película reside en cómo muestra en la figura del samurái un símbolo universal de rectitud. Estos encarnan la nostalgia por algo místico, no sólo el honor, sino esa sensación de que hubo una época en que la vida podía tener ritmo, sentido y belleza, aún bajo la espada. Además, Zwick suma a su relato la poderosa música de Hans Zimmer, que no solo acompaña sino que eleva la historia, envolviéndola en una atmósfera de solemnidad y melancolía que convierte a El último samurái en una experiencia emocional más que en un simple “refrito” de fórmulas.
Aunque la historia está ambientada a finales del siglo XIX, también nos invita a mirar nuestro presente. En nombre del progreso y de la modernización, ¿qué tradiciones, valores o vínculos estamos sacrificando, podemos modernizarnos sin dejar atrás lo que da sentido profundo a nuestra existencia? Japón renunció a los samuráis para integrarse en el concierto de las potencias modernas, y quizá nosotros, en una escala distinta, renunciamos a tiempos más humanos, a ritmos menos acelerados, a prácticas que nos anclaban con mayor claridad a lo que somos. Como Algren, cada generación busca su Japón interior donde reconciliar el vértigo del cambio con el anhelo de pertenencia.
José Carcelén Gómez
Ficha técnica:
Título original The last samurai
Año: 2003
Dirección: Edward Zwick
Reparto: Tom Cruise, Ken Watanabe, Timothy Spall, Nakamura Shichinosuke II
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