Un Dios que quiere la amistad con sus hijos

Catequesis, Libros espirituales

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Leo en La primacía del amor, de P. J. Wadell:

«¿Podemos tener con Dios la misma intimidad, la misma afinidad entrañable, la misma alegría sentida que conocemos con nuestros amigos más íntimos? Tomás dice que es posible; de hecho, insiste en que hablar de nuestra relación con Dios de cualquier otra forma es entender mal el modo como Dios quiere conocernos y amarnos».

«Debemos amar a Dios no de cualquier manera, sino con amor de amistad. Casi parece una blasfemia pensar en Dios de forma tan personal e íntima, pero, para Tomás, es la afirmación fundamental de la vida moral cristiana».

¿Qué es cada uno de nosotros? Un hijo de Dios llamado por amor a ser su amigo, y, por tanto, a compartir su felicidad. «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15, 15). Dios no quiere siervos, sino hijos que sean a la vez sus amigos.

La amistad es una relación que se da entre iguales. Por eso dice Wadell que parece una blasfemia decir que nuestra relación con Dios debe ser de amistad. La distancia entre el Creador y la criatura parece que hace imposible la amistad. Y si preguntamos a Aristóteles qué piensa de ello, dirá que hay que estar locos para hablar de amistad entre el hombre y Dios. Pero lo que él no sabía es que Dios es un Loco de amor, y quiere que sus criaturas no sean solo hijos suyos por creación, sino que sean hijos por la gracia, hermanos de Cristo, elevados por Él a una vida sobre-natural, divinizados. Y por eso podemos ser amigos de Dios.

De esta verdad maravillosa de la amistad con Dios podemos extraer una conclusión que nos llenará de confianza en Él:

Ya que es mi amigo y los amigos buscan el bien de sus amigos, puedo decir que Dios está buscando siempre mi bien. Pero no de cualquier manera, sino como si fuese el bien para Él mismo. Porque el amigo es un “alter ego”, otro yo. Dios está dedicado de todo corazón, con toda su Sabiduría, a buscar el bien para mí y para todos. Y está encantado de darnos los bienes que nos convienen para nuestra salvación. Si tenemos este firme convencimiento, responderemos de modo adecuado cuando el Amigo que más nos quiere permita nuestro sufrimiento, porque veremos en él un bien, y besaremos la mano que nos lo envía.


Del libro «Dios te quiere, y tú no lo sabes» de Tomás Trigo (cap. 15)