¡Oh feliz culpa que mereció tan grande Redentor!

Catequesis, Pascua

Sin Autor

“Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados” (Isaías 53, 5).

En este tiempo pascual, el paso del Señor, recordamos que Cristo ha vencido a la muerte, tomando nuestro lugar para que tengamos vida, ¡vida eterna!

La LUZ y la SALVACIÓN del mundo se postra ante mis pies, ¿¡a los míos!? ¡Es flipante! No soy digna. Me conozco y sé que no lo merezco, pero Él también me conoce. Y tal y como soy me elige, me llama por mi nombre, me pide hospedarse en mi casa. ¡Y a ti también! ¡A todos! Y ante esto hay que dar una respuesta. El amor se paga con amor. Tenemos que desear corresponder a este Amor, con todas nuestras fuerzas, incluso en los momentos de tinieblas. Pues es cierto que sus heridas nos han curado. Paradójicamente, mirar la Cruz no es contemplar la derrota de la Vida frente a la muerte, sino más bien su victoria en la mayor entrega de amor que el mundo ha conocido, la Gloria de Cristo.

Hay tres “Mickey herramientas” que me ayudan a recordar esta alegría de la Pascua, para hacer una conversión diaria y poder orientar mi vida a ello.

La primera: la oración; participando de la Liturgia de las Horas, pasando tiempo delante del sagrario o de la forma más sencilla, aunque sea breve, una frase, unas palabras… pero en varios momentos a lo largo del día. En definitiva, hablar con Dios, porque si cierto es que no es viable tener un amigo si no hablas con esa persona, ¿cómo pretendemos estar con el Señor y cuidar nuestra Fe si no le tenemos presente en nuestro día a día?

La segunda: los sacramentos, son clave para esto. Ser partícipe de la Eucaristía diaria me hace ver que mi vida realmente cobra sentido y merece la pena cuando estoy junto a Él e intento imitar la entrega que Él hace por mí (y por ti) todos los días en el altar. Muchas veces uno puede pensar que no tiene tiempo para ir porque vivimos tan atareados que parece que no da la vida ni para respirar. Pero si ordenas tu día e intentas priorizarlo sobre lo demás, quizás experimentes el cambio que necesitas.

También es fundamental la confesión, para dejar que el Espíritu Santo sea quien convierta mi corazón de piedra, que a veces pesa de más… por uno de carne, uno como el Suyo. La desbordante alegría de saberte infinitamente amado y corresponder a su amor es una de las mejores sensaciones que conozco. ¡Deberías probarlo!

Y la tercera es tener una comunidad. Es súper importante tener amigos en el Señor, pues un camino es menos difícil y pesado si se hace acompañado, y realmente estamos llamados a esto desde el bautismo. Llamados a formar parte de la Santa Iglesia, a aprender, servir y amar en todo, con todo el corazón. Y lo bueno es que no es tan complicado, pues Él lo hizo primero, solo hay que ponerse en Su Camino y confiar en Él, ya que si no lo crees posible a estas alturas… ¡despierta, Él hace nuevas todas las cosas!

Así que ¡ánimo, amigo! ¡Que la meta es el Cielo, no te despistes!

Gabriela Jiménez
@gabijimenez16