Mes de la Virgen

Catequesis

Fernando Gallego

Comienza para nosotros un nuevo mes dedicado a nuestra Madre, la Virgen. La realidad es que a una madre no se la dedica un mes, sino una vida, pero en mayo nos preocupamos de modo especial de considerar las grandes virtudes de Ella.

Antes de mirar la grandeza de María: su generosidad, magnanimidad o pureza de corazón…no podemos olvidar que María, nuestra Madre, lo primero que hace al vernos aquí implorando su ayuda y su protección es, como buena madre, agradecer al Padre la presencia de sus hijos fieles e interceder por nosotros. De hecho, en la Salve, la invocamos como abogada nuestra. No sólo eso, sino que vemos en Fátima cómo pide que le acompañemos para pedir por sus hijos, por los Hijos. No podemos olvidar que quien intercede ante Dios por el bien de sus hermanos, sus hijos, muestra un corazón generoso (1.

Somos cada uno de nosotros los que salimos ganando en estos días del mes de mayo porque al acompañar y contemplar las maravillas de los misterios de María sabemos que al final nos encontraremos con su Hijo porque a Jesús se va y se vuelve por María. Esta fue su gran misión en la tierra y ahora también lo es en el cielo. Ella desde el cielo parece como si nos gritase al corazón de cada uno de nosotros lo mismo que le escuchamos en las bodas de Cana: haced lo que Él os diga. Madre, hoy te quiero decir, todos te lo queremos decir, que queremos hacer lo que tu hijo nos pida.

En esta hora en la que parece que hay tanta infidelidad al amor que Cristo ha venido a traer al mundo nosotros nos atrevernos a decir a tu Hijo que puede contar con nosotros, que puede contar conmigo, como a lo largo de la historia los buenos hijos hemos demostrado a María ya que es difícil encontrar un pueblo donde no se venere a María. Hasta en los lugares más recónditos se esconde un recuerdo de María. Por eso, quiero también hoy agradecer a tantos hombres y mujeres que hayan dejado este gran rastro.

Una gran pregunta es ¿Cómo podemos conocer y amar más a María? Las respuestas pueden ser muchas, pero pienso que hay que podría ser común a todos: el trato con su Esposo, el Espíritu Santo. En la intimidad de la oración, el Espíritu Santo nos dará noticias de su esposa. Nos hablara de los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, de su Presentación en el templo, el primer Sí de María, su encuentro con el Ángel. Es el Espíritu Santo quien nos puede describir con palabras llenas de color cómo era María (2.

Por eso la primera pregunta que le hacemos al Espíritu Santo es ¿Cómo era Ella? La respuesta la encontramos en los padres de la tradición Oriental que a María la llamaban: la Toda Santa (Panagia) (3; es decir la que no ha tenido, tiene y tendrá ninguna mancha, es la que no ha conocido el pecado. Toda la vida de María es armonía, equilibrio, orden. En ella no vemos palabras destempladas, conductas desproporcionadas.

Y ¿Cómo es posible? Por la Gracia. Ya se lo dijo el Ángel en el anuncio de Nazaret: es la llena de Gracia; la búsqueda de la Gracia y su encuentro confiere ese equilibrio y armonía que tantas veces echamos en falta los que cada día conocemos el mal y nos dejamos engañar por él. María enseña la grandeza y la maravilla que es vivir en Gracia.

Pero entonces ¿María no sufrió tribulación, dudas o incertidumbres? Afirmar que María no conoció el dolor o el mal en otras personas, sería una gran ingenuidad. María tuvo que huir de un político despótico que acabo con la vida de niños inocentes; María vio como su esposo, José, perdía un negocio y, no sólo eso, sino que sus ojos contemplaron el peor de los dolores que puede sufrir una madre: la condena a muerte de un hijo con una sentencia injusta, pero no vamos a quedarnos en esos momentos (4, sino en otro suceso de su vida.

La Sagrada familia acude, como otros años, a Jerusalén a celebrar la Pascua. El acontecimiento para esta familia, como para cualquier familia judía, es de gran fiesta e ilusión. José, María y Jesús acuden a la Ciudad Santa y después de pasar unos días, visitar el templo, tienen que regresar y, como las mujeres iban en un lugar de la caravana y los hombres en otro, no se dan cuenta hasta que pasan unos días que Jesús no está. Seguramente cuando coinciden en un determinado momento María y José y en esos momentos, llenos de dolor, pero sin perder la paz, empiezan a preguntar a unos y otros si han visto a Jesús, hasta que se dan cuenta de que Jesús en la caravana no está y deciden regresar a Jerusalén porque han perdido al niño.

Antes de continuar con el relato es el momento de preguntarnos ¿Qué hacemos cuando perdemos a Jesús? ¿Lo buscamos? ¿Preguntamos donde le podemos encontrar?

Jesús parece que ha desaparecido y para José y María es un momento de incertidumbre, angustia y dolor. Llegan a Jerusalén sin reprocharse nada: ¡Cuantas veces un marido a reprochado a su mujer un comportamiento con sus hijos y viceversa! María y José afrontan juntos esta situación.

Después de unos días buscando en Jerusalén oyen su voz en uno de los corrillos que se ha formado esa mañana en los pórticos del templo. Se acercan, presurosos, y asombrados ven a Jesús como esta hablando a los sacerdotes y doctores de la ley. No interrumpen, pero si buscan con la mirada sus ojos y ven que Jesús no siente ningún dolor por haber desaparecido. Dejan terminar a Jesús y entonces se acercan a Él y con un beso le preguntan, en su asombro: ¿Por qué has hecho esto? Si es una locura que los hombres intentemos que el mar entre en un agujero, dejemos que el mar sea mar y que Dios sea Dios.

Tenemos que creer en los Misterios de Dios aunque muchas veces no los entendamos y es lo que hace María: creer sin entender.

 


  1. Podemos aprovechar este momento, con un momento de silencio, para pedir por personas concretas.
  2. Por eso en esta oración invocamos al Espíritu Santo para que ilumine nuestra inteligencia y nos de calor a nuestro corazón para que podamos conocer y amar más a María.
  3. Tenemos Iglesias con esta Advocación en Turquía (Estambul).
  4. Espero que podamos verlos en otros momentos.