«Todo empezó en la cama de sufrimiento de mi padre»

Testimonios

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A continuación transcribimos el delicioso testimonio vocacional de Mn. Jaume Melcior a través de un hilo de X:

Era septiembre de 1988, tenía 10 años. Había llegado de hacer un recado, y esperaba el ascensor de mi edificio para subir a casa, donde mi padre estaba gravemente enfermo, a un mes de morir. Entró D. Joaquín que le atendía, le saludé.

Mientras esperábamos, surgió esta conversación:
D. Joaquín: ¿Qué quieres ser de mayor, Jaume?
Yo: Sacerdote (incomprensiblemente respondí esto, cuando hasta ese momento, jamás me lo había planteado, y sigo sin entender por qué di esta respuesta).
D. Joaquín: Hagamos un pacto, (me extendió su mano) yo rezaré y tú de mayor serás sacerdote.
Extendí la mano y le dije: ¡Vale!

Así que puedo decir, que el inicio de la andadura de mi vocación, fue a los pies de la cama del sufrimiento de mi padre.

Pasó poco tiempo, y del tema no se habló más. Después de morir mi padre, empezamos a notar al poco tiempo, que mi hermano Javier, no se encontraba bien. Acabó falleciendo en 1992. Es ahí cuando otro sacerdote, D. Jaime, me invita a ir al seminario menor. Fui una temporada.

Aquella idea estaba viva en mí. Sin embargo, enfermó otro hermano, y no seguí yendo. José María también falleció, fue en 1996. Su muerte, especialmente dura por diversas circunstancias que no vienen al caso, me llevó a una situación en que ya no me planteé más ser sacerdote.

Pasaron los años, y en 2002 anunciaron la canonización de San Josemaría. Mi madre deseaba ir. Pero quería que los dos hijos que estábamos en casa la acompañáramos. Ir de viaje no era lo mío, y creo que aún hoy, me cuesta viajar. Y le propuse que ella fuera, y que yo la vería por la tele 😂

Mis dos hermanas casadas -una de ellas en ese momento ya enferma de cáncer- me hicieron una guerra psicológica (😂) para que la acompañara a Roma. «Por una vez que quiere salir… TÚ VAS!!» Y sí… Fui a regañadientes jaja. Pero puse una condición: Si iba a Roma quería rezar también a los pies del hoy Beato Álvaro, pues me bendijo antes de nacer. Siempre me contó mi madre, que pedía que fuera niño para llamarme como a mi padre: Jaume.

Al llegar a Roma y dejar las maletas en un hotel, enfrente de la universidad Santa Croce, al salir, un obispo sonriente me vió, y de lejos me saludaba… Increíble. era el Obispo de Lérida. El Obispo me tenía mucho afecto. Le saludé, y me animó a vivir intensamente esos días.

Al día siguiente fuimos primero, donde está enterrado el hoy Beato Álvaro. Íbamos inseguros, pues habíamos recibido la advertencia de que quizá no podríamos entrar, debido a que había mucha gente en Roma por la canonización, y estaría bloqueado el acceso. Sorprendentemente no fue así.

Al llegar había dos personas hablando en la puerta principal. Entramos, mi madre conocía el camino hacia la cripta. Y no nos cruzamos con nadie. Absolutamente y sorprendentemente vacío. Al llegar a la cripta me arrodillé y dije: «Don Álvaro, aquí está su niño»

Estuvimos un rato. Hasta que salimos de nuevo no encontramos a nadie…

Después nos dirigimos a San Eugenio, donde estaban los restos del aún, en ese momento, Beato Josemaría. Había colas. Al llegar a los pies del altar, donde estaban depositados los restos mortales, te dejaban estar unos segundos.

En el momento que me arrodillé salieron unos concelebrantes a celebrar la Santa Misa. Levanté la cabeza, y el celebrante principal me sonreía… Y me hizo un saludo, aún no había empezado la Misa. Y vi que era… Era… De nuevo el obispo de Lérida!!!!

Me tocó levantarme, se acabó mi turno. Estaba un poco impactado de esa mañana.

Al día siguiente fui a la canonización. Más de un millón de personas y en silencio; solo las sirenas de ambulancia de Roma se oían. Al acabar pasó cerca de mi San Juan Pablo II, su mirada profunda impactaba. Mirada de águila.

A la tarde Roma era una explosión de alegría. Íbamos andando por piazza Navona y vi un obispo sonriente que se acercaba saludando. ¿Qué quién era? Sí, por tercera vez, el obispo de Lérida.

Le saludé, y me quedé desconcertado. Había ido a Roma desde Lérida muchos autocares. También gente en barco, otros en avión… Y en todos esos días no me crucé con NADIE. ¿Nadie? ¡No! El obispo de Lérida, y tres veces!!

Al llegar al hotel esa última noche, había en la mesita una biblia. La abrí al azar… Adivinad qué pasaje… «¿Pedro me amas?» Por tres veces… Y volví de Roma conmocionado. Empezó en mi alma un trabajo de huir de aquello.

Pasaron los meses. Era mayo de 2003, e iba a un recado. Al pasar delante del obispado tuve un arranque. Y para terminar con la «absurda idea de ser sacerdote» dije:
-Entro ahora y como no me va a poder recibir, yo ya lo habré intentado.

La cuestión es que el portero, me dijo que subiera. Y todas las puertas hasta el despacho del obispo, estaban abiertas. Él estaba ahí sonriente, como si estuviera esperándome… Empecé a hablar con él. Y le resalté todos mis defectos y mis imposibilidades para ser sacerdote. Él sonreía… Y me dijo:
-Desde que llegué a Lérida hace tres años, rezaba para que llegara este momento.

Insistí en que yo era muy malo. Buscaba una «absolución» para seguir con mi vida y no quedarme con la sensación de traicionar a Dios.

El obispo me preguntó:
-¿Dónde quieres ir a estudiar?
Yo no tenía ni idea, no estaba metido en el mundo eclesiástico.
– ¿Dónde se estudia eso a día de hoy? Le dije (el seminario de Lérida llevaba ya muchos años cerrado)
Él sonrió… Y me dice: ¡A Pamplona!
Alucinaba

Al llegar a casa se lo dije a mi madre. Ella no reaccionó. Me miró y me dijo:
-Solo te pido que lo que hagas lo hagas bien. Detrás de un buen sacerdote muchas almas al Cielo, detrás de un mal sacerdote muchas almas al infierno.

Tenía ganas de salir corriendo.

El día que llegué a Pamplona, creí que todos los seminaristas eran santos. De rodillas y rezando. Me acerqué al director espiritual del seminario de Bidasoa con un nuevo intento de descartar mi vocación. Y me preguntó: ¿Tú por qué crees que estás aquí?
– Para liberarme de la sensación de que si no lo hago, Le estoy traicionando.
Me dijo sonriendo (dichosas sonrisas) : -Eso es Vocación.

Me desarmó. Y me pidió que de ahora en adelante no manoseara mi vocación. Si no era lo mío me avisarían. Mientras, a trabajar.

En esos años hubo alegrías, espinas, mucha limitación de ver lo poca cosa que es uno. Pero solo puedo decir que al acabar el seminario… Nadie me dijo: «Tu no sirves». Y era una frase absolutoria de conciencia, que desde mi egoísmo, hubiera agradecido 😂

Poco antes de ordenarme murió mi hermana Ma. Carmen. Y un día como hoy (6 de marzo) recibí la Ordenación sacerdotal. En la entrada de la Catedral, vino la tentación última de salir corriendo. Algo me empujó. Menudo tembleque.

Al terminar la Ordenación, el obispo, que era otro distinto al que había cuando entré, nos ofreció un regalo: Ir con él a la beatificación de Juan Pablo II en Roma (el nuevo obispo, no conocía mi historia). Me quedé helado.

Cuando regresamos a casa después de la Ordenación y celebración, mi madre me dijo:
M – ¿Te acuerdas que siempre te dije que pedí que fueras niño, para llamarte como a tu padre?
Le dije:
Yo -Sí.
M- Pues sepas que además, pedí también que fueras sacerdote. Ahora ya lo sabes.

El amor por la libertad personal en mi familia es exquisito. Y la acción de Dios impresionante.

Todo empezó en la cama de sufrimiento de mi padre. Y recomenzó en Roma. Y en Roma acabó, ya como sacerdote, a quién vi de cerca años atrás (hoy San Juan Pablo II) siendo Beatificado.

Dios actúa siempre. Y cuando se empeña en algo, sale adelante. Ahora toca rezar para ser fiel hasta la eternidad.

Mn. Jaume Melcior