En el ayuno se prueba el amor

Cambiar el mundo, Cuaresma

Águeda Rey

La Cuaresma que va a empezar en breve me invita a ayunar como práctica de purificación para prepararme a acoger en el corazón a Cristo que muere y resucita para rescatarme del pecado y de la muerte, o sea, de la vida sin Él.

Acogerlo es querer vivir como Él vivió, es decir, imitando su modo de vida, que es tomar partido por los pobres y humillados.

No es cosa sólo de Dios Hijo; en el Antiguo Testamento Dios Padre también prefiere a éstos:

«Porque esto dice el Alto y Excelso, | que vive para siempre y cuyo nombre es «Santo»: | Habito en un lugar alto y sagrado, | pero estoy con los de ánimo humilde y quebrantado, | para reanimar a los humildes, | para reanimar el corazón quebrantado» (Is 57,15).

El cuerpo, de forma natural, a mi no me pide tomar partido por los pobres -¡uf! de pronto me he sentido como los porquerizos gesarenos que preferían sus cerdos a ver al endemoniado liberado de su tormento (cf. Mc 5,1-20)-; lo dicho, a mí el cuerpo me pide abundancia y comodidad placentera y por eso veo que es necesario el ayuno, para desprenderme de tantos apegos que ocupan mi corazón y no dejan hueco al que lo debería llenar todo. Pero no es necesario como método milagroso que si lo sigues te garantiza unos resultados como si de una dieta milagro se tratara.

Para que el ayuno sirva para cambiar mi naturaleza egoísta y comodona hay que desearlo, hay que querer ayunar; y esto sólo es posible porque se espera algo grande.

«Es necesaria una esperanza mayor, que permita preferir el bien común de todos al lujo de pocos y a la miseria de muchos.» («Leyendo la Biblia con el Papa Benedicto». Ediciones Cristiandad).

Hace falta una gran esperanza para perseverar en la austeridad del ayuno que nos asemeja a Dios mismo y esa esperanza es el mismo Dios, pero no cualquiera, sino el «Dios con rostro humano» (cf. Spe Salvi, 31) que se hizo niño en Belén y después fue crucificado y resucitó. Esta esperanza sólo es tal en cuanto amamos. El que no ama no espera, sólo espera el que ama.

Los ayunos por sí mismos no sirven de nada, pero si son el sacrificio donde se prueba nuestro amor al Señor, querremos ayunar y cada vez estaremos más unidos y enamorados de Él. Y seremos, con Su ayuda, cada vez más capaces de asemejarnos a Él, tomando partido por los pobres y humillados, en vez de por el placer y la comodidad.