Cuaresma: vivir para adentro

Cambiar el mundo, Cuaresma, Tiempos

Elena Abadía

Normalmente, la gente tiende a vivir hacia afuera. Todo se comenta, se opina, se contesta, retuitea y se juzga en los siguientes tres segundos a haber leído o escuchado alguna noticia. Si Irene Montero dice la listeza del día, salen sus amiguetes a darle palmas y los contrarios a insultarla con la misma rapidez. Nada se deja reposar, nada se piensa, nada se pasa por el corazón o por la cabeza. Todo sale por la boca o por el teclado, directo al ojo del vecino.

Por eso, cuando leo en el Evangelio de San Lucas que «su madre —la madre de Jesús— guardaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» pienso en cómo nos cambiaría la vida a cada uno y a la sociedad en que vivimos si pusiéramos esto en práctica.

María vivía hacia adentro. Ella no entendía muchas de las cosas que pasaban en su vida y a medida que Jesús crecía, pienso que entendería menos —véase el pasaje del Evangelio en donde pierden al Niño y lo encuentran en el templo predicando— pero en vez de comentarlo con la vecina, proclamarlo en la plaza del pueblo y contárselo al primero que pasaba, calla, ama, espera y cree. Guarda silencio y confía. Vive de la piel hacia el corazón. Y en el corazón con todo guardado cuidadosamente es donde encuentra a Dios: su amor y su fortaleza.

Y de eso va la Cuaresma. De vivir para adentro: conservar las cosas en el corazón, contarle a Dios todo lo que nos sucede y no entendemos y callar. Callar para escuchar qué tiene que decirnos, callar para poder obedecer, callar para ser dueños de nuestras palabras, callar para poder rezar y sopesar todas las cosas que nos pasan, que leemos y que escuchamos y guardarlo cuidadosamente en nuestro interior para poder amar a Aquel que nos ha amado primero y que por amor ha dado la vida por nosotros. Y procurar no salir de ahí.

Nos regalan 40 días de seguir el camino de María guardando las cosas en el corazón. 40 días para aprender a ser Cireneo de Jesús. 40 días para poder estar a los pies de la Cruz y no apartarnos de ella. 40 días para ver en qué cogemos nosotros el látigo o le ponemos la corona de espinas. 40 días de purificación para acogerle en nuestro día a día como Dios y Señor.

Tendremos épocas buenas y mejores, problemas y ocupaciones pero, al igual que el surfero en la cresta de la ola, si mantengo la paz y a Dios en mi interior, llegará la calma y llegaré a la orilla.

Y ahí estará Jesús Resucitado esperándome.