Naamán era el jefe del ejército del rey de Siria y tenía un problemilla… padecía lepra. Nadie conseguía ayudarle. Pero una joven israelita que trabajaba por ahí le habló del célebre profeta que vivía en Israel y lo convenció de ir a verlo, el “por si acaso” fue el argumento clave. Cuando Naamán llegó a casa de Eliseo con sus carruajes y regalos, el profeta le mandó decir antes de que se bajara, en plan demasiado fácil para ser cierto: “Vete y lávate siete veces en el Jordán y tu carne volverá a quedar sana”. Al sirio esto le pareció un insulto. Por suerte sus siervos lo querían y lo convencieron de que hiciera caso a lo que le decían. Otra vez, ¿qué perdía? Así que “bajó y se metió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios, y entonces su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio”.
Algo así sucede con nuestros problemas del alma. Nos parecen enormes y se nos ocurre que la solución pasa por emprender algún tipo de ejercicio heroico y tremendo. Por el contrario, la dirección espiritual es un ejemplo de lo fácil que puede ser caminar hacia la santidad.
Me puse a pensar en estas cosas cuando supe que don Wenceslao Vial pasaría por Pamplona para dar un intensivo en la Facultad de Teología. Por si no te suena, es un “top five” mundial entre los intelectuales que pueden hablar sobre la dirección espiritual. Sacerdote, médico y doctor en filosofía, lleva 30 años viviendo en Roma, donde da clase en la Pontificia Università della Santa Croce de “Psicología y vida espiritual” y, —ojo—, también de “Psicología de la personalidad aplicada a la dirección espiritual”. Autor de varios libros y todo eso, y además de predicar sobre la salud mental, es un ejemplo de la mejor simpatía chilena. Así que, ya me vas entendiendo, ¿cómo no lo iba a entrevistar?
Me gustó mucho su enfoque en el modo de presentar la cuestión. La dirección espiritual es algo sencillo, normal, grato y sobre todo, sumamente conveniente para las personas que desean entrar en la escuela del amor de Dios. Se puede tener durante la misma confesión o fuera de ella, lo importante es aprovechar ese tesoro de la Iglesia que es la compañía. Me impresionó pensar que algo tan sencillo pudiera forjar santos tan grandes. Parece que al final todos somos un poco como Naamán.
Juan Ignacio Izquierdo Hübner