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“Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello. Escríbelas en la tabla de tu corazón” Proverbios 3,3

Mientras el verano canta los últimos versos, suenan las gotas con el olor a lluvia fina que anticipa el Otoño, se suceden los finales de tantos saludos que los calores han traído al encuentro de los nuestros. Qué difícil es apasionar nuestra rutina, poner de moda las palabras llenas y no vacías, la verdad que el corazón atesora y el mundo vacila entre el rencor que no busca el abrazo, ni el consuelo.

Nuestro mundo debe ser escuchado y habitado en la comprensión, el diálogo, la cercanía, la ternura, y por qué no digámoslo bien alto, poner de moda la fraternidad, el verdadero encuentro que riega el manantial de la sencillez y la humildad de la vida.

Son días de comenzar nuevos proyectos nuevas metas, de caminar y peregrinar, no es el momento de engañar la ilusión, ni de robar el corazón al que tantas lágrimas derrama. Muchas veces la soledad es nuestra trinchera. Somos esclavos de tanta mentira, quedar bien para abrazar la sonrisa del otro, el culto a la imagen y al ego, como nos habla el caminante San Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios Espirituales: “No queramos de nuestra parte, más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta”.

Comienza un nuevo curso y los vientos irán donde el Señor quiera que vayan, en la mayor de las profundidades, proclamemos la eternidad. Son días de volver a comenzar, de preguntarnos ¿Qué quieres de mi Señor?, de seguir la bandera de Cristo, esa patria que habita en el cielo.

La vida nos marca la dificultad de los acontecimientos, San Pablo nos lo recuerda: “Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros” (Corintios 4,7) .

Nunca estamos solos, siempre el Dios de Jesucristo está con nosotros, nunca se baja de la Cruz y lleva nuestros sufrimientos, nuestros sueños, nuestros anhelos, y en esa Cruz están aquellos que pueblan las colas del hambre, que habitan en la indiferencia, que descansan en la paz de la cama de un hospital, prisioneros de la droga y de la marginalidad, en la Cruz están los que hoy libran las batallas más difíciles y en esa Cruz también están los que nos dieron hasta la vida, hoy desde el cielo nos acompañan para seguir el camino de Fé, que ellos mismos nos enseñaron y en el Bautismo se hace verdadera pascua.

El mundo aprecia la mentira, la palabra no es eterna, ni los sueños son el eco del mañana, me pregunto en la profundidad de esta noche de escritura y papel, ¿Qué sentido tiene vivir si no es para dar la vida?, para entregarla por aquellos que más nos necesitan, si, verdaderamente nos necesitan, para escucharles, abrazarles y ante todo amarles, amarles con la profundidad del cielo.

Ojalá este mundo o mejor dicho, ojalá supiéramos seguirte de verdad, Señor, con la bondad del Sagrado Corazón, con la mirada de la Virgen, con las promesas que siempre se cumplen, el abrazo sincero, la palabra dada, un cielo anticipado que fuese eterno, sin envidias, ni récores y que la competencia mundana fuera caminar juntos y no lograr el éxito soñado o paganizar el fracaso, sino habitar en una tierra donde quepan todos y anunciar con la alegría de los Discípulos de Emaús el año de Gracia del Señor.

Bajemos al pozo de la Samaritana, abracemos el perdón, que sea de verdad todo lo que hagamos, la sencillez y la humildad sea nuestra bandera, que el evangelio cante nuestro modo de vivir.

“Conviérteme Señor, en
tu imagen
tu ternura
tu humildad
tu esperanza

Conviérteme, Señor, en ti”
Benjamín González Buelta. SJ

Alberto Diago Santos