Imaginemos una sociedad

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Imaginemos una sociedad donde personas de todas las nacionalidades del mundo conviviesen en paz. Una sociedad, donde ciudadanos orgullosos portasen sus banderas sin que ello suponga una disputa con el de al lado, donde se ofreciesen abrazos gratis entre desconocidos, o donde fuese posible cantar de alegría con un grupo de personas de cultura y raza diferentes.

Imaginaos por un momento que pudiésemos ser felices amando y dándonos a los demás, y que encontrásemos paz en ayudar a quien tenemos al lado. Imaginaos también que todas estas cosas pudiesen ocurrir en un mismo lugar abarrotado de personas y no ocurriese ni un solo incidente, ya que se dedica el tiempo a hablar de perdonar, y de tratar al prójimo como a uno mismo. Imaginaos que todo esto fuese real…

Pues bien, esto mismo ha ocurrido durante la JMJ de Lisboa esta última semana.

En una sociedad empeñada en enfrentar y dividir según etiquetas de géneros, ideologías, razas o fobias, un señor de 86 años ha congregado a un millón y medio de jóvenes de todos los países del mundo bajo una única etiqueta; “todos somos hijos amados por Dios”. Suena revolucionario, ¿verdad? Lean de nuevo el primer párrafo y ahí encontrarán los frutos de este mensaje tan “revolucionario”.

He de reconocer que llegaba a Lisboa con cierta pereza. Me mataba por dentro el ver a gente yéndose a las playas mientras que a mí me esperaba un viaje largo para dormir en el suelo poco y mal, ducharme con agua fría y andar sin parar en pleno agosto con un calor insufrible. Y he de reconoceros que todo esto ha sido así, excepto quizás las duchas, que para mi sorpresa no han sido tan frías como esperaba.

Ahora, una semana después de mi llegada a Lisboa, no sé explicar con palabras todo lo que llevo dentro. Cuando me preguntan que qué es lo que más me ha impactado, mi respuesta es que “todo”. La JMJ para mí ha sido un todo de alegría y gozo de ser hijo de Dios. He de decir que he tenido pocos ratos de oración tranquilos y en silencio como inicialmente buscaba, pero al poco tiempo me di cuenta de que cada minuto en Lisboa estaba siendo un rato de oración en sí.

En esta semana de oración he vivido el AMOR en mayúsculas en cada abrazo, sonrisa y en las caras de la gente, he podido ver cómo el Señor me mostraba a una iglesia VIVA traducida en miles de carismas y sensibilidades diferentes que forman un solo conjunto, cada baile y alabanza eran para mí un GRACIAS eterno al Señor por ser hijos suyos.

He vibrado y me he emocionado con cada concierto, sintiendo más viva que nunca la LLAMA del Espíritu Santo que todo lo inunda y abraza. Me he reafirmado en la necesidad de SERVIR y AMAR con cada gesto de ayuda que he ido viendo en mis compañeros de aventura, y he visto, en cada conversación que he tenido con otras personas, la necesidad imperiosa de ser VALIENTES a la hora de llevar la PALABRA a todos los rincones de la tierra.

Esta sociedad “utópica” y “revolucionaria” de la que hablaba arriba, no puede quedarse en estos siete días en Lisboa como un cumpleaños pasado queda en un calendario. Todos hemos de hacer de cada día una JMJ particular, para llenar de alegría y júbilo cada día de trabajo y estudio, para llenar el metro, el autobús, los colegios y oficinas, incluso las discotecas, de la alegría de saberse HIJOS AMADOS POR CRISTO.

Como decía el Papa Francisco, TODOS estamos llamados a ser parte de esta iglesia y a llevar el Mensaje a todos los lugares. Estoy seguro de que, si comenzamos cada uno a llevarlo en nuestro día a día, estará dando comienzo la verdadera Revolución.

BORJA CAMPUZANO BARBADILLO