Corpus Christi pasado por agua

Catequesis

Sin Autor

Por Yolanda Pérez

El hombre propone y Dios dispone.

Estos días atrás, a través de la típica frase “es que vas todos los días a misa”, le decía a un amigo que solemos tender a quitarle valor a los pequeños gestos que forman parte de nuestra vida ordinaria. Pero que si lo pensamos bien, son los más importantes y necesarios. Sin lo ordinario no podríamos vivir. Y es que tal vez vaya todos los días a misa, sí, pero es el momento más extraordinario de mi día, sin duda alguna.

Os preguntaréis por qué cuento esto, fácil; ¿Cuántos hemos salido a una procesión “porque tocaba”? ¿Cuántos hemos llevado un anda “porque no había nadie”? ¿Cuántos vamos a misa los domingos “porque así lo dice el catecismo de la Iglesia”? O “porque mis padres me obligan”?

Pero… os habéis preguntado por qué somos un pueblo que camina por el mundo alegre y confiado? Permitidme deciros que es porque nos sentimos acompañados por el Señor.

Y la procesión del pasado domingo fue manifiesto de ello. Lo importante no fue acompañar nosotros al Señor, sino que Él nos acompañaba a nosotros (al igual que lo hace todos los días). Fijaos si nos acompaña que fue ni tan siquiera a pesar de la lluvia se fue. Se quedó con nosotros, bajo la lluvia, hasta poder llegar de nuevo a su casa, a nuestra casa, a la iglesia.

Una gran catequesis bíblica sobre la Eucaristía y, en general, sobre la fe cristiana la que recibí el día del Corpus. Salimos a la calle, a pesar del agua, precisamente para mostrar a todo el mundo nuestra devoción, en torno a la Eucaristía. Salimos pidiéndole al Señor que se hiciese presente en la vida de todos aquellos que lo contemplaron por las calles y tal vez nunca lo habían visitado en un Sagrario.

Una catequesis enorme por parte de ellos, los más pequeños, a quienes los ojos se les inundaron de lágrimas al ver que llovía y no podían vestir con sus flores al Rey de Reyes. Al que sostiene nuestra fe y nuestra vida en el camino hacia el cielo, en ese sencillo sacramento en el cual se oculta el tesoro más valioso que tenemos y que podemos ofrecer a nuestro mundo, que es Cristo.