Un espejo en el que mirarnos: María

Testimonios

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Por Cristina Cardador Ruiz
@criscruiz93

Estoy segura que todos y cada uno de nosotros nos habremos posicionado ante un espejo… por la mañana al levantarnos, cuando nos arreglamos antes de salir al trabajo, cuando hemos hecho planes con nuestros amigos… sin embargo, la persona que vemos reflejada nunca es la misma… nuestra imagen irradia mucho más que un pelo un tanto desordenado, o un maquillaje medio cuidado… vemos nuestras alegrías, nuestras tristezas, nuestras ilusiones, inseguridades, flaquezas, cargas, incertidumbres… en muchas ocasiones amamos lo que vemos, pero tantas otras nos cuesta.

Pensamos… ¿Quién es quién veo ahí? ¿Quién es la persona que me mira fijamente? En definitiva, nos cuesta reconocernos… Nuestra vida de fe en ocasiones es como ese espejo. Posiblemente hemos podido experimentar momentos de desolación, momentos en los que la oración pierde fuerza y nos sentimos desorientados, desmotivados, adormecidos… buscamos como iluminar nuestra noche, el modo de saciar nuestra sed y ansias de Dios, encontrarnos de nuevo por Él y con Él. Sentimos que necesitamos parar, volver a nuestro monte Tabor, regresar a su camino y reconocernos en ese espejo…

No obstante, es ahí que nos damos cuenta que solos no podemos, nuestros miedos y flaquezas se convierten en cruces demasiadas pesadas… necesitamos un Cirineo, un atajo para volver a Dios, un espejo donde mirarnos sin temor a espantarnos, una mano a la que agarrarnos cuando todo parezca desfallecer, un hombro en el que llorar cuando las cosas se pongan difíciles. Es ahí cuando en mi corazón resuena un nombre: María…

Asomarse al espejo de María es encontrar el camino de la esperanza y la puerta a la santidad. Admirar a María es presenciar la obra más perfecta soñada por Dios en un ideal de humanidad, creado a su imagen y semejanza. Mirarla a Ella es contemplar a una madre comprensiva y bondadosa que siempre está dispuesta a escucharte. Es encontrarte con esa amiga incondicional que te recuerda que la vida siempre vale pena porque vales la sangre de Cristo.

María es la tripulante de la nave en la odisea de nuestras vidas, mapa en nuestros caminos, faro en nuestra oscuridad y nuestra brújula en medio de las tribulaciones. María es el mayor exponente de las Bienaventuranzas y el mandamiento del amor, la primera y perfecta discípula. Su vida es la máxima expresión de aquello que San Ignacio dijo En todo amar y servir, recordándonos que el verdadero camino hacia la felicidad se encuentra cuando nos despegamos de nuestro yo y volvemos la mirada al otro, haciendo de nuestras vidas un continuo plural, en vez de un constante singular. Por ello, es el camino más seguro, más corto y perfecto para llegar a Jesús. La perfecta mediadora desde siempre y por siempre, en las bodas de Canaán, junto a su Hijo en su pasión y muerte, y con cada uno de nosotros todos los días de nuestras vidas.

En un mundo donde la palabra libertad tiende a tomar cientos de tintes, María es nuestra abanderada, pues no hay mayor libertad que aquella que viene de la mano de Dios tras reconocer su llamada y el cumplimiento de su voluntad. María también es ejemplo de sencillez y humildad, pues supo encontrar su valor en Dios y no halla mayor poder y gracia que ser Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Así, mirarse en el espejo de María nos revela que para nosotros no hay mayor valor que ser el resultado de una obra perfecta pensada y conformada por Dios, ni mayor bendición y gracia que ser hijos e hijas de Dios por medio del Hijo, discípulos y seguidores del Maestro y templo del Espíritu Santo.

Mirar a María es encontrarse con Cristo cada día, recordar sus promesas y su amor infinito por cada uno de nosotros. Los ojos de María es el espejo al que aspiro a mirarme cada día, no para verme a mí, sino para aprender a ver a Cristo en el reflejo de mi alma y poder llegar a ser destello de su luz en medio del mundo. Con María he aprendido que la imposibilidad es imposible para Dios, la incertidumbre tan solo es humana, y el verdadero camino para alcanzar el Reino comienza con hacer de nuestra vida un Sí continuo al Señor.