Águeda tiene ELA: «Elegí la cruz libremente»

Testimonios

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Por Águerda Rey

Quiero presentarme antes de desarrollar mi segundo artículo para Jóvenes Catolicos, porque no lo hice al principio. Me llamo Águeda y lo que me define, lo que hace que yo sea yo y me configura esencialmente es que soy hija de Dios, católica y casada con Alejandro. Tenemos tres hijos y el mayor recién casado con la nuera mejor que se puede tener. Nuestra vida es muy feliz aunque las circunstancias son duras. Yo estoy enferma de ELA y ya no muevo ningún músculo de cuello para abajo; respiro gracias a una máquina y me alimento por una sonda que sale de mi tripa. Aún puedo hablar pero es más un balbuceo que otra cosa. Todo esto último no me configura, pero sí me condiciona. Es mi cruz más visible.

Cuento esto porque, si en mi primer artículo (El camino que lleva al Cielo) hablaba de la obediencia para no caer en la tibieza y salirse del camino, en éste quiero hablar de la elección de la cruz -mi cruz- como siguiente paso para llegar al Cielo; o mejor aún, para vivir ya aquí el Cielo.

Para Jesús la obediencia era vital, estructural: «mi alimento es hacer la voluntad del que me envió» (Jn 4, 34). Pero esa obediencia no anula su libertad: «nadie me la quita [la vida], sino que yo la entrego libremente» (Jn 10, 18). Aunque Jesús hace siempre la voluntad de Dios, no por eso muere obligado o resignado. Él elige libremente ir a la cruz, aunque no pudiera -o mejor dicho, no conviniera hacer otra cosa.

Cuando yo fui diagnosticada de ELA pasé por varias fases, primero el miedo, que dio paso a la negación y compartieron protagonismo bastante tiempo. Después, por fin, la aceptación, que entiendo como algo que se parece -sólo se parece- a la aceptación de Jesús de la voluntad del padre: «pase de mi este cáliz pero no se haga como yo quiero sino como quieres tú» (Mt 26, 39). Era, la mía, una aceptación resignada, «no me queda otra». La de Jesús, en cambio, no es resignación porque no pudiera luchar contra la muerte, sino puro amor al Padre y a los hombres, que le lleva a obedecer, a seguir el guión; Él mismo lo aclara en Jn 14, 31: «no es que él [el príncipe de este mundo] tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre».

En cierto momento en el que fui muy consciente -hasta las lágrimas- de lo en deuda que estaba con Dios, sé que dije a Jesús: «¿Que puedo hacer por tí? Aquí estoy para hacer tu voluntad». No era un sentirse en deuda y necesitar saldarla para quedar liberada, sino necesitar corresponder por amor y desear quedar eternamente encadenada. Y Jesús me concedió la gracia de desear convertir la enfermedad en oportunidad de trabajar por el Reino. Y dije: «hágase»; elegí la cruz libremente; esto te permite abrazarla amorosamente y, aunque no cesen los sufrimientos, se vuelven gozosos por saberte unido de forma misteriosa a los padecimientos de Jesús y, por tanto, corredentor con Él; es tal el gozo que creo que saboreas un poco de Cielo.

Esto no es algo calculado, racional, voluntario, nada más lejos. Todo es gracia y nada más que gracia. Inmerecida siempre. La única aportación es la apertura del corazón, y el hágase, al que yo llamo «presentarse voluntario», elegir la cruz.

Pero que nadie piense que uno se instala en la elección de la cruz y ya está. ¡No! Es una lucha minuto a minuto por no volver a la resignación y el victimismo.

Y te caes muchas veces, pero no te dejas vencer porque ya has estado en el Cielo y porque Aquél a quien estás «encadenada» te asiste siempre con Su gracia.