La Confesión, Sacramento de la felicidad

Cambiar el mundo, Confesión

Elena Abadía

El segundo mandamiento de la Iglesia Católica es: confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de muerte, y si se ha de comulgar.

Esto, que es de primero de catolicismo, muchos católicos lo desconocen; no saben que existen también los mandamientos de la Iglesia, no sólo los mandamientos de la Ley de Dios. Y me parece importante hacerles llegar esta noticia para que los busquen, los lean y los pongan en práctica.

¿Y a qué viene esto ahora? Pues porque hoy me ha llegado el horario de confesiones de mi parroquia en esta Cuaresma y he hecho asociación mental de ideas y os cuento mis pensamientos erráticos.

Pensamiento errático 1: Este año está siendo una Cuaresma de las que le gustan a Jesús, con cruz, con incomprensiones, con dolor, con desierto seco y largo y con Él.

Pensamiento errático 2: Hoy me he confesado y me iba tan feliz y alegre a mi casa pensando que si la gente supiera la alegría que produce confesarse, pedir perdón a Dios, que te perdone y volver a empezar, pues todo el mundo se confesaría y lucharía por ser mejor y el mundo sería otra cosa. Así de ingenua soy.

Pensamiento errático 3: Yo quiero ser feliz y bailar eternamente en mi nube celestial. Ese es parte de mi objetivo en esta tierra: llegar al cielo. Y quedarme ahí, embobada, viendo a La Santísima Trinidad y a la Sagrada Familia. ¡Y a mi Ángel Custodio! A todos tengo que preguntarles muchas cosas y tendré toda la eternidad para disfrutar de ellos pero con San José me gustaría tomarme un vinito y sentarme a charlar y que me cuente su vida. Esa vida tan oculta y tan maravillosa que debió llevar con María y Jesús.

Pensamiento errático 4: El hombre está hecho para ser feliz pero hay muchas cosas que impiden a corto plazo que disfrutemos de la vida: las enfermedades de uno, las del otro, dificultades económicas, dificultades en general, el egocentrismo y, sobre todo, nuestro YO inconmensurable. Ese que nos come y nos convence poco a poco de que nosotros somos los mejores y los de al lado unos ineptos (a veces lo son, otras veces, no).

Y cuando ya estamos muy arriba y muy seguros de nuestra prepotencia y creemos que tocamos el cielo con la punta de los dedos, llega Dios, te da una colleja, te reduce a lo que realmente eres y te pone frente a un espejo en el que ni eres la más bella, ni la más estupenda, ni la más simpática… Y entiendes que lo único que has de hacer es conseguir ser la que más Ame. Con A mayúscula. La que más Le Ame. Y eso, aunque mi cabeza científica no acabe de entenderlo, mi corazón de mujer enamorada de su creador lo entiende perfectamente. Y bajas la cabeza para meterte en tu corazón y descubrir que, a pesar de la soberbia y de tus faltas, Él sigue ahí, en el rinconcito que le has dejado, esperando que le descubras para ocupar todo tu corazón y transformarlo. Y poder ser feliz en la tierra.

Y ahí empieza la verdadera vida. Con Él en el centro. Con Él en mi interior.