Lourdes

Catequesis

Javier Pereda Pereda

javier.peredapereda@gmail.com

En Lourdes, un pequeño pueblo francés del Alto Pirineo, situado en la llanura de Bigorre y bañado por el río Gave, ocurrió en 1858 un hecho extraordinario. La Virgen María se apareció a una niña de trece años, Bernadette de Soubirous, en dieciocho ocasiones durante seis meses, en la gruta de “Massabielle” (Rocas Viejas). La primera aparición fue el 11 de febrero —en este mes sucederían cuatro más—, como recuerda la magnífica película “La canción de Bernadette” —se puede descargar gratis—, que ilustra fielmente estas apariciones. Este filme, basado en la novela del escritor austriaco de origen judío Franz Werfel, se estrenó en 1943, con motivo del centenario del nacimiento de Bernadeta (en gascón).

El éxito se reflejó en los 4 Óscar a la mejor actriz principal (Jennifer Jones, Bernardita), fotografía en blanco y negro (Arthur Miller), decoración (James Basevi) y banda sonora (Alfred Newman). Además, tuvo ocho nominaciones a la mejor película, director (Henry King), actor y actrices de reparto, guion adaptado, sonido y montaje. Las buenas películas se caracterizan porque puede transcurrir ochenta años, como es el caso, y mantienen plena actualidad. Esto se experimenta cuando durante dos horas y media de metraje permanece la tensión del relato.

La historia corresponde de forma fidedigna al testimonio presencial y directo de Bernardita (su nombre en castellano). El mensaje de las apariciones en Lourdes, no se limita a una simple aportación piadosa y asombrosa, sino que interpela a cada uno en las vicisitudes personales ordinarias. Al comienzo de la obra, distribuida y producida por 20th Century-Fox, se advierte al espectador: “Para aquellos que creen en Dios, toda explicación es innecesaria. Para los que no creen, no hay explicación posible”. Este mismo fenómeno se repitió 59 años después, al inicio de la Revolución marxista de 1917, con las seis apariciones de la Virgen en Fátima (bajo la advocación del Rosario) a los tres pastorcillos. Nuestra Señora en los dos países vecinos, se aparece y da la gracia a los humildes, y resiste a los soberbios (cfr. St 4, 6).

El mensaje plenamente evangélico: “…porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y las has revelado a pequeños” (Mt 11,25). La Virgen en Lourdes recuerda la penitencia, la oración, desterrar el pecado y rezar el rosario. El sacerdote del pueblo, Dominique Peyreamale, le explica a María-Bernarda Sobirós (en el dialecto occitano gascón), que en la próxima aparición (la decimosexta, el 25 de marzo) le pregunte a la Señora su nombre; para realizar, como Ella quería, una capilla en su honor y puedan peregrinar muchos a la gruta. Hasta en cuatro ocasiones consulta Bernardita a la Señora su identidad; al final, siguiendo la tradición joánica le revela: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

Cuando informa al párroco éste se cerciora de que es la Virgen, porque la niña ignora este privilegio y atributo mariano, que tres años antes, el 8 de diciembre de 1854, el papa Pio IX había proclamado como declaración dogmática. La Señora vestía túnica blanca, con velo que le cubría la cabeza y llegaba hasta los pies, sobre cada uno de los cuales tenía una rosa amarilla y un ceñidor de color azul. Era joven, hermosa, sonriente y anunció: “No prometo hacerte feliz en esta vida, sino en la próxima”.

Ese ofrecimiento le daría aliento para permanecer firme y transmitir el mensaje de la Señora, ante la presión social, los interrogatorios policiales, los del Fiscal imperial y, al principio, de los eclesiásticos. Sufrió con paciencia las contrariedades (cinco de nueve hermanos fallecieron), las incomprensiones y las enfermedades (cólera, asma y tuberculosis ósea); la superiora general del convento de Nevers, Josefina Imbert, la despreciaba diciendo que “no sabía hacer nada”; la maestra de novicias, María Teresa Vauzou, recelaba al envidiarla por las apariciones.

Falleció de un doloroso tumor en la pierna con 35 años, e inmediatamente antes pronunció los votos. Sus últimas palabras fueron: “La he visto otra vez”. En 1925 Pio XI la proclamó beata y ocho años más tarde santa; su cuerpo permanece incorrupto.

A Lourdes acuden cada año ocho millones de peregrinos, algunos haciendo la ruta de santuarios marianos El Pilar, Torreciudad y Montserrat, implorando curaciones de cuerpo y alma, para beber de la fuente de la gracia. Bernadette nos enseña el milagro de convertir el trato ordinario con nuestra Madre, en algo extraordinario.