De la anorexia también se sale con Él

Testimonios

Sin Autor

Desde hace más de siete años sufro anorexia nerviosa. Estos cuatro/cinco últimos años han sido un recorrer mil clínicas para recuperarme. Pero fue en Él, en su Amor, donde algo dentro de mí hizo “click”. Todos esos años de terapia digamos que habían servido de poco, porque fue al descubrir que era (soy) amada hasta el extremo, cuando mi vida cambió por completo. Sin ese Amor, hoy seguiría haciendo esa ruta de clínicas que me sacasen del pozo.

un día durante el Padrenuestro, una frase me llamó muchísimo la atención: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. En ese momento las lágrimas corrían por mis mejillas

Un viernes tarde acabé en la parroquia. Llevaba una semana complicada y necesitaba paz. Me senté delante de Él y le dije que mi recuperación se la dejaba en sus manos. Empecé a confiar en Dios. Al principio me costó mucho, muchísimo. Todos los días en misa le decía lo mismo “papá, mi recuperación en tus manos, guíame tú”. Le pedía, pero el miedo me invadía y hacía que muchas veces no cumpliera con su voluntad. No vamos a engañarnos, al principio no la cumplía. No confiaba, me costó tiempo confiar plenamente. Pero, un día durante el Padrenuestro, una frase me llamó muchísimo la atención: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. En ese momento las lágrimas corrían por mis mejillas y un algo sucedió dentro de mí. Recuerdo el día y la hora, fue el día que mi vida cambió por completo, y en todos los sentidos.

Un pequeñito inciso: (mi familia no es católica, pero yo desde bien pequeña siempre había sentido mucha inquietud hacia Él. Tanta que me enfadé con mis padres por no querer que tomase la comunión y los obligué a apuntarme a catequesis. Empecé a descubrirlo y quería saber más y más cada día. Desde ese entonces nunca me he separado de Él)

Siempre había escuchado que a los ojos de Dios somos perfectos. Que a Él no tenemos que demostrarle nada. Que a Él le gusta la gente humilde. Que Él prefiere a la gente que le entrega su debilidad. En ese momento en que se me vino a la mente la imagen de Jesús sufriendo por nosotros, haciéndose pan por nosotros, me sentí amada hasta el extremo, de tal forma, que dio su vida por mí. Hasta ese día no fui plenamente consciente de ello, ni tampoco del daño que le estaba haciendo. Porque él sufría conmigo.

Desde ese momento mi vida dio un cambio radical. Al principio de este proceso lo veía más bien como un enemigo, me había dado una cruz cuando yo nunca le había fallado. No le contaba nada de lo que me pasaba ni mucho menos le pedía consejo. Aquel día volví a verlo como mi compañero, mi amigo, aquél que nunca me había dejado sola y que desde bien pequeña había sido mi salvavidas. Lo vi como un amigo que necesitaba ayuda, esa que yo no sé pedir, para cargar con la cruz. Le pesaba tanto que necesitaba mi ayuda y por eso me dio un trocito de carga, porque sabía que yo podría con ella. Pero sobrellevar esa carga implicaba algo que en mis planes nunca entraba: pedir ayuda al resto.

Me di cuenta de que la debilidad es buena. Que pedir ayuda no es caer, no es dejarte mal a ti misma ni mostrarte en inferioridad.

Me di cuenta de que la debilidad es buena. Que pedir ayuda no es caer, no es dejarte mal a ti misma ni mostrarte en inferioridad. Me di cuenta de que no era autosuficiente, que tenía que pedir ayuda, aunque me viera sin derecho a pedirla. En ese momento entendí muchas cosas, y es que papá quería eso, que le diese mi debilidad. Sentí un “No espero que seas perfecta. Ponte de rodillas cada vez que sientas que te estás cayendo de nuevo y pídeme ayuda”. Papá quería que dejase de mostrarme la chica buena, la hija ideal, la estudiante perfecta, la amiga que siempre estaba para todo, la buena deportista, la chica que siempre ayudaba y que siempre sonreía, que no tenía problemas.

Pero el problema era grande, muy grande, porque buscaba la felicidad llenando de cosas mi vida, y esas cosas no me daban la felicidad. Ese era el problema, que buscaba en cosas terrenales y no encontraba, hasta que en Él encontré esa felicidad que durante tanto tiempo busqué llenado mi vida de cosas. Y buscando la felicidad acabé en un pozo del que pensé que nunca saldría, porque sin su mano, sin esa cuerda auxiliar, nadie sabría qué sería hoy de mí.

A día de hoy no puedo parar de darle las gracias por haberme permitido el lujo de caminar juntos compartiendo un poco del peso de su cruz. Es más, cuando en aquella misa lo vi tan pobre, haciéndose pan por nosotros, por el amor que nos tiene, a mi mente se me vino la pregunta: “¿tú también serías capaz de dar tu vida?”. ¡Desde aquel entonces caminamos para descubrir la vocación, porque sí, claro que estoy dispuesta a dar mi vida por Ti! Por eso digo, que ese día mi vida cambió por completo en todos los sentidos. Porque todos los planes que yo tenía de mi futuro los retiré para ver los suyos. Y es que, desde la Cruz se ve mejor que solo Dios basta.

Nunca caminamos solos, lo único es que a veces hay luces que nos deslumbran y nos impiden ver a la verdadera Luz.
Dios da sus peores batallas a sus mejores guerreros.

Yolanda Pérez