El hilo conductor

Testimonios

Elena Abadía

Toda vida se puede contar como sucesión de hechos, de acontecimientos y decisiones más o menos bien tomadas, que nos llevan a ser lo que somos y a rodearnos de la gente que elegimos (al menos en la esfera de la intimidad).

También se puede contar según hechos concretos y fechas concretas que determinan unas decisiones u otras.

 hay un hilo conductor que une todo los hechos de mi vida y todas mis decisiones, para bien o para mal.

En mi caso, hay un hilo conductor que une todo los hechos de mi vida y todas mis decisiones, para bien o para mal. Siendo muy consciente del mal con el que me he topado en alguna ocasión también soy igualmente consciente de que ese mal me ha traído muchos bienes. Soy una persona privilegiada, no sólo por haber nacido en un gran país como es España, o en una familia increíble, sino por las circunstancias concretas que han facilitado ese privilegio y por la gente que me rodea que, inexplicablemente, me quiere haga lo que haga, o eso al menos me han hecho creer.

Mi vida empieza en mi memoria el día que enfermé y acabé en una silla de ruedas para siempre.

Mi vida empieza en mi memoria el día que enfermé y acabé en una silla de ruedas para siempre. (Inciso: la esperanza de volver a andar en esta Tierra nunca la he perdido, aunque mi hijo, que tiene una visión de la realidad mucho más sobrenatural que yo, me dijo en una ocasión que todo era cuestión de tiempo, que el día que me muriera y fuera a los brazos de la Virgen, ese día entraría en el cielo andando, así que no debía preocuparme, porque era una cuestión de tiempo. Y no le falta razón.)

A lo que iba: el 2 de diciembre de 1974, día de Santa Bibiana, empezó la que sería mi vida consciente. Ese puente, desde San Francisco Javier hasta el 18 de diciembre, está plagado de festividades de la Virgen, la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de Loreto, la Virgen de Guadalupe y Nuestra Señora de la Esperanza. Durante esa sucesión de días de la Virgen yo pasé de morirme a estabilizarme y posteriormente a recuperarme y poder mover los brazos.

Esos días la Virgen me acompañó en ese proceso, como en tantos otros de mi vida.

Más adelante, siendo niña, la historia de San Judas Tadeo, que tardó en ser canonizado por llevar «el nombre del traidor» (¡Pobre!), me llegó al corazón y he recurrido a él en numerosas ocasiones. Sé que siempre me ha ayudado aunque yo no fuera consciente cada vez que lo hacía. ¡Incluso me presentó a mi marido el día de su festividad, un 28 de octubre!

Más adelante, San José fue determinante en muchos aspectos de mi familia, pero en uno de ellos se lució. Nos preparó una logística casi milimétrica en una operación de mano que sin ser nada importante en sí misma, para mí fue muy complicada ya que implicaba no poder moverme y dejar de ser autónoma durante una temporadilla.

Él hizo que eso fuera muy llevadero y que hubiera mucha gente que se ofreciera a ayudarnos a mi familia y a mí en esos momentos. Por ejemplo, mi amiga Marta venía todos los días a las 9.30 después de dejar a sus hijos en el cole y me ayudaba en el aseo y nos hacía la comida, siempre con una sonrisa y con bastantes risas; o Gonzalo que, en cuanto se iba Marta, llegaba él con el aperitivo; o Mariana, que doblaba la cena de su familia para traérnosla cada día a nosotros; o mi marido y mis hijos, que no se quejaron nunca y siempre ayudaron.

Posteriormente, el día de la Virgen de Fátima, 13 de mayo de ese mismo año, mi marido tuvo un infarto del qué salió sin más problemas hasta el día de hoy. Y con la misma convicción que tenía San Juan Pablo II de que la Virgen había actuado en su atentado para que no fuera mortal, con la misma convicción digo, sé que la Virgen ayudó a todo el que fue necesario para que mi marido no muriera ese día.

sé que la Virgen ayudó a todo el que fue necesario para que mi marido no muriera ese día.

Este verano hemos ido a Fátima a darle las gracias por toda una vida de amor a su lado, por toda una vida de cariño y de detalles con nosotros que, siendo unos cafres, intentamos quererla como ella se merece.

¿Y qué decir de mi Ángel de la Guarda? Siempre a mi lado, siempre ayudando y a veces ignorado. Espero que de mí diga alguna cosa buena en mi juicio particular cuando Jesús le pregunte: ¿Y qué cosas ha hecho esta hija mía para merecer entrar —andando— a mi Reino?

En fin.

No sé si se ha entendido o no. Normalmente las cosas del corazón las explico mal: el hilo conductor que recorre mi vida y la de mi familia es la Misericordia de Dios. Sin ella, ¿dónde estaríamos?