Amor a Dios

Catequesis

José Gil Llorca

El judaísmo y el cristianismo, afirman que Dios, nos ha creado capaces de entrar en relación con Él. Pero que en el origen, el ser humano no fue fiel a la amistad que Dios le ofreció sino que queriendo ser como Dios, le desobedeció. Esta ofensa supuso una ruptura, una caída, que el cristianismo denomina «pecado original». La descripción que hace la Biblia en el libro del Génesis es un relato que no pretende darnos una crónica histórica y detallada de lo que sucedió, sino transmitirnos unas verdades religiosas fundamentales. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios como varón y mujer, fue hecho para gozar eternamente de la amistad divina y de todas las criaturas que Dios hizo para él. De todas las criaturas del universo, el único ser que goza de la dignidad de ser imagen y semejanza divina es el ser humano.

El destino del ser humano, como hemos dicho, era gozar de la amistad e intimidad divina. Y eso por una gracia, un don especial que Dios otorgó a la naturaleza humana. Por eso, porque tal vida de unión y amistad con Dios es algo que excede y está por encima de la naturaleza humana la llamamos vida sobrenatural. Nuestro ser, nuestra existencia, según el plan de Dios, es haber sido llamados por Él que es el Amor, por puro amor para vivir con Él, para vivir su vida, para que le conozcamos y amemos. La vida eterna, el cielo, será la visión de Dios cara a cara, una visión de Dios en plena luz, en la misma Luz que es Él mismo, como dice el salmo 35: «En tu Luz veremos la Luz».

Después del pecado original, a través de los siglos, Dios se fue comunicando con los hombres de diversos modos y en diversos momentos. Es muy probable que no sepamos muchas de esas comunicaciones e intervenciones divinas. Pero sí sabemos, porque Él nos lo ha comunicado a través de lo que llamamos la Revelación, las más importantes para nuestra salvación. Están recogidas en la Sagrada Escritura, es decir, en la Biblia.

Dios nos ama como un padre ama a sus hijos. Así lo recoge el Antiguo Testamento y especialmente nos lo dice Jesús en los Evangelios. Jesús nos enseñó a dirigirnos a Dios llamándolo Padre nuestro. Pero no podemos amar a Dios como padre si no amamos a todos los hijos de Dios que forman con nosotros una sola familia divina. Por el mismo hecho de ser hijos de Dios, todos somos hermanos. El amor fraterno nace del amor filial. Hay un solo amor, el amor a Dios y en Él el amor a todo lo que Él ama.

Es un tremendo error confundir el amor del cristiano con una simple actitud natural de benevolencia, de solidaridad o beneficencia entre los hombres, fundada solamente en la misma condición de seres humanos. Eso es mera filantropía, mero humanismo, pero no verdadera fraternidad, porque no se puede ser hermanos sin ser hijos de un mismo Padre. La verdadera fraternidad entre los hombres proviene del don de Dios que nos hace hijos suyos y no de la mera naturaleza humana. Por eso la verdadera fraternidad y la filiación divina consiste en una vida nueva que sobrepasa a la vida natural. Es la vida de la gracia, del don de Dios, la vida divina, la vida sobrenatural.

José Gil Llorca