La vida interior en los otros

Cambiar el mundo, David Cerdá

David Cerdá García

Por David Cerdá

«La felicidad está dentro de ti, no con otra persona». Suena a eslogan para vender cosas a divorciados, pero es una cita atribuida a John Lennon que, como la inmensa mayoría de cosas que en internet se ponen en boca de celebridades, vaya usted a saber si es cierta. Si ni nos extraña ni nos pone en guardia es porque esa lente que en realidad es un espejo lleva con nosotros por lo menos desde los románticos, que hablaron de un Weg nach innen, un camino hacia el interior. De ese hilo tiraron los jipis y hoy, en nuestra era del individualismo expresivo, hay románticos y jipis acechándonos por todos lados, pertrechadas ellas y pertrechados ellos con sus bestsellers de coachs y Paulo Coelho.

Las ventajas de que se nos convenza de la primacía del yo y de que todo lo que necesitamos está ahí adentro son comerciales y políticas. Quienes se lucran con ello nos quieren súbditos y consumidores, porque cuando está uno en la cosa del prójimo hay poco que venderle y cuesta mucho más engañarle. Me he acordado de todo esto leyendo —vale decir escuchando— la Sonata en yo menor de Alfonso Paredes, que es un hermoso canto a lo contrario. Se ve desde sus primeros compases: «El arte muere cuando se hace desde un pozo», avisa Paredes, que dedica el resto de su orfebrería fina a reconciliarnos con los nuestros y los otros, con lo falible, corriente y precioso del ser humano.

Lo mejor que se puede decir de nuestro yo es que merece tanto respeto y rebosa tanta dignidad como los tús y los ellos. Dicho de otro modo: somos inmensos, pero rodeados de otras inmensidades parejas, y por eso casi todo lo que importa sucede con los otros, diga lo que diga (si es que lo dijo) John Lennon. El arte, por ejemplo, es una conversación entre conciencias, y sin los demás no sería posible lo bello. La ética, como el amor, entraña salir del yo sin anularlo. Y por eso lo de «quererse» es una soberana tontería, como no hay moral que valga sin que se tenga una persona enfrente. Etcétera. No hay absolutamente nada por lo que merezca la pena vivir o morir que no incluya a otros.

La mirada poética, atenta (valga la redundancia) de Paredes en su luminosa Sonata nos instala en una permanente sonrisa, que es un lugar de gratitud y gozo desde el que los demás no pueden ser lo que dijo Sartre, nuestro infierno, sino nuestra oportunidad más candente. Esta suerte de Germán Dehesa asturiano sabe de lo que habla: a medio camino entre el relato costumbrista y la colección de escolios, Paredes se sirve de su desmedida capacidad aforística y epigramática para embellecer nuestros días arrullándonos entre sus páginas. También abunda su texto en enseñanzas; veo ahora por ejemplo que gracias a que nunca me gustó escribir diarios me acerqué antes a la ética, que, como se ha dicho, está enterita más allá de mis contornos. «La vida interior está fuera: solo la encuentras al volcarte en otro», escribe Paredes, y yo puedo dar fe de que está en lo cierto.

Una cosa es buscar un remanso de paz, un espacio desde el que poder pensar, reposar o hablar con Dios, a resguardo del guirigay de estos tiempos, y otra querer sacar agua de un pozo vacío: apostar por un yo sin los otros. La maniobra no solo nos hace peores —más tristes, más inmorales—, sino además más tontos. Está bien atestiguada que esta soledad indeseada empeora las funciones ejecutivas del cerebro (ligadas al desempeño de tareas complejas y demandantes). Psicólogos como Roy Baumeister, Jean Twenge o Natalie Ciarocco han demostrados en sus investigaciones que una persona que se siente excluida por decisión propia o ajena ve dañadas su capacidad de autorregulación o su disposición prosocial, entre otros aspectos.

En el lapso entre las dos guerras más cruentas que el mundo ha visto, W. H. Auden escribía estos versos en memoria de otro poeta, W. B. Yeats:

La vergüenza intelectual

nos mira desde cada rostro humano

y los mares de la piedad

se encierran y se hielan en cada ojo

El mundo moral, como el amoroso, está hecho de miradas. De ahí nos separan los likes y los hashtags, simulacros de socialidad que nos dan gato por liebre, conectividad por compañía. El truco es potente, está haciendo rica a mucha gente y sepultando a muchísima más en una soledad muy dolorosa. Quien nos iba a decir que cuando el mundo tiene más gente que nunca iba a haber tanta gente abandonada, descuidada de todos. No hay otra solución para esta ignominia que volver la vista al vecino, al familiar y al desconocido; pero mirando a la cara. Como dice Paredes, «un rostro vence a un concepto».