Únicos e irrepetibles

Catequesis

No estamos no hechos en serie. Somos un vaso elegido. Vaso de elección diseñado desde la eternidad para cumplir con un propósito único e irremplazable que puedo aceptar o rechazar libremente. Somos una obra maestra, única, preciosa. Sí, desde toda la eternidad he sido pensado y amado por Dios. Él ha estado anhelando desde el comienzo del universo, desde hace decenas de miles de millones de años, que llegara el momento, el día y la hora precisa en que yo comenzara a ser, a existir en el mundo. Ha aguardado con la ilusión de un padre mi nacimiento. El fundamento y la razón de mi existencia está en Él.

Soy, existo, porque aquel que es el Ser absoluto me ha mirado, me ha visto y ha deseado mi existencia. Y así como dijo «hágase la luz» y la luz se hizo, también a mí me llamó por mi nombre y me ordenó: —Existe. Y yo comencé a ser. Y vio Dios que haberme creado y dado la vida, era «muy bueno». Cuando Dios va creando las diferentes criaturas, el Génesis concluye el relato de esa creación diciendo: «Y vio Dios que era bueno». Pues bien, al terminar de crear al ser humano, varón y mujer, concluye diciendo no solo que vio que era bueno, sino «muy bueno».

Somos lo más excelente que ha salido de las manos del Creador.

Amar es decir, «es bueno que tú existas». Y cuando es Dios el que lo dice, el poder creador de su palabra saca a lo que llama de la nada y le da el ser, lo hace existir. La razón de mi ser, de mi existencia es que soy amado por Dios. Y lo soy de un modo muy superior al de todas las cosas que Él ha creado. Al crearme me ha dado la capacidad de escucharle, comprenderle y responderle. Me ha hecho ser alguien y no simplemente algo. Su amor por mí, no es un amor instrumental sino terminal, en el sentido de que yo soy término de su amor. Su amor reposa y descansa en mí. Me ha hecho «lugar donde habitar», templo en el que ser adorado, hogar donde deleitarse conmigo. Llama a mi puerta con el deseo de que le deje entrar para sentarse a la mesa conmigo y entregarse a mí como alimento diciéndome: cómeme. —»Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguien me escucha y me abre, entraré y comeremos juntos».

Me lleva como el esposo a la esposa a la alcoba para que me recueste en el lecho y le diga: —»Tómame».

De madera es la mesa y el lecho de este íntimo encuentro, como fue de madera el altar y el tálamo de la Cruz. Verdaderamente Cristo se ha cruzado conmigo y desea que yo consienta en entrecruzar mi vida con la suya.

José Gil Llorca