Santa Teresa de los Andes

Catequesis

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Juana Enriqueta Josefina Fernández Solar nació el 13 de julio de 1900, en Santiago de Chile. Era la cuarta hija de don Miguel Fernández Jaraquemada y doña Lucía Solar Armstrong, quienes gozaban de una próspera situación económica, y tuvo tres hermanos, Miguel, Luis e Ignacio, y dos hermanas, Lucía y Rebeca. Los Fernández Solar eran gente devota que procuraban vivir constante y sinceramente la fe cristiana, razón por la cual Juanita –como la conocían todos en su familia– fue bautizada pocos días después de nacer.

Solía pasar los veranos en la hacienda de su abuelo materno, don Eulogio Solar. Ahí, la niña aprendió a montar a caballo, galopando desde una muy tierna edad por los alrededores de Chacabuco, la comarca donde estaban las tierras de su abuelo. De igual manera, desde muy pequeña mostró una gran devoción ya que le gustaba acompañar a misa al ama de llaves. En una ocasión, el cura de Chacabuco, quien era amigo de la familia, cuando salían de misa fue tomado de la mano por Juanita. La niña le dijo: “Padrecito, ¡Vayamos al cielo!”. Muy enternecido, el sacerdote decidió acompañar a los Fernández a su casa. Una vez que llegaron a la puerta de la hacienda, el presbítero le preguntó a la infanta: “Entonces, Juanita, ¿Por dónde se va al cielo?”. Ella contestó: “Por allí” indicando con su dedo el camino hacia la cordillera de Los Andes. El cura replicó: “Después de haber escalado estas montañas muy altas, todavía está muy lejos el cielo. No Juanita, éste no es el camino del cielo:

Jesús en el Sagrario, éste es el camino real para llegar al cielo”.

Éste episodio marcó mucho a la niña, quien quiso recibir la Eucaristía desde los cinco años. No obstante, Juanita no tenía un temperamento fácil; era muy berrinchuda, vanidosa y desobediente. Solía llorar por nada y mostrar un carácter muy egocéntrico. Pero con la Gracia de Dios, la niña poco a poco pudo ir enmendando sus defectos y dominar su carácter. Todo se fue haciendo presente desde 1906, cuando un terremoto sacudió a Santiago, y Juanita, al ver el sufrimiento de su prójimo, enterneció su corazón para ir siendo tomado por Jesús, como lo narra ella en su diario.

En 1907, don Eulogio murió santamente y Juanita entró al colegio del Sagrado Corazón, que era regido por monjas francesas. Fue una alumna brillante, obtuvo excelentes notas en todas sus materias y desarrolló muchas habilidades, como tocar el piano, la armónica, la natación y jugar tenis. Asimismo, siguió cultivando su vida espiritual mediante el ejercicio de la caridad hacia los más necesitados, que era impulsado por las religiosas de su colegio; no obstante, lo más determinante para ella fue la lectura de Historia de un alma, de Santa Teresa de Lisieux, que era obligatoria para las alumnas de ésa escuela. Éste libro la llevó a anhelar la vida religiosa desde una corta edad. Recibió catequesis y fue confirmada el 22 de octubre de 1909.

Durante una de sus vacaciones, que las siguió pasando en la hacienda de Chacabuco ya que su madre la había heredado, su hermano Luis le enseñó a rezar el Santo Rosario. Ambos prometieron rezarlo diariamente, lo cual Juanita cumplió cabalmente hasta su último día de vida. Gracias a esto, su corazón pronto empezó a anhelar más intensamente recibir la Sagrada Comunión, así que cuando volvió a su colegio pidió a las religiosas que la preparan para recibir éste sacramento lo antes posible, y también solicitó que se le enseñase a hacer comuniones espirituales. Sus peticiones fueron atendidas, y junto a la catequesis que recibía, Juanita preparó su corazón con la confesión, la oración y el ofrecimiento de pequeños sacrificios a Nuestro Señor.

En su diario escribió: “Un año me preparé. Durante éste tiempo, la Virgen me ayudó a limpiar mi corazón de toda imperfección”. Fue así que pudo hacer su Primera Comunión el 11 de septiembre de 1910, día que en su diario lo menciona como el que marcó más importantemente su vida ya que a partir de ése momento quiso consagrarse totalmente a Dios. Procuró comulgar con la mayor frecuencia posible, y cultivó aún más su devoción a María Santísima.

En 1914, Juanita sufrió una fuerte apendicitis que requirió de una operación de urgencia. Durante su convalecencia, nuevamente leyó a Santa Teresa de Lisieux y conoció a fondo la obra de Santa Teresa de Ávila; el carisma de las Carmelitas Descalzas la enamoró, y entonces oyó más claro que nunca el llamado de Cristo a que se uniera a esta orden. Un año después, se quedó en el internado del colegio del Sagrado Corazón, pesándole mucho la separación con su familia, pero ofreció éste sacrificio a Dios. Gracias a su aguda inteligencia y buena posición económica, Juanita estuvo en posición de ayudar a sus compañeras pobres y menos dotadas, lo cual la ayudó a combatir aún más los remanentes de su egocentrismo. El 8 de diciembre de 1915,

con el permiso de su confesor, Juanita hizo un voto privado de perpetua castidad que eventualmente renovó varias veces.

A partir del verano de 1916, sus vacaciones en Chacabuco se convirtieron en verdaderos apostolados ya que se dedicó a la catequesis de niños, con sus conocimientos en música formó un coro para la iglesia local y consagró muchas casas al Sagrado Corazón. En 1917, una mala gestión en los negocios, la hacienda de don Eulogio es vendida y los Fernández llevaron vida más sencilla. Pese a que esto fue doloroso anímicamente para la joven, lo vio como un signo de la Providencia para despegarse de los bienes mundanos. En junio de ése año, recibió la medalla de Hija de María que conservó toda su vida; y para septiembre, tuvo su primer contacto epistolar con la priora del convento de las Carmelitas en la ciudad de Los Andes.

En agosto de 1918, abandonó el colegio del Sagrado Corazón a fin de sustituir en su casa paterna a su hermana Lucía, quien acababa de casarse. La vida del hogar no le resultó fácil al inicio, pero aceptó diariamente todo sacrificio por la felicidad de su familia y no descuidó ni un instante su vida espiritual. Pese a esto, fue una joven típica de su época ya que gozaba de un muy buen humor, gozaba de los bellos paisajes andinos y de la costa chilena, hacía deportes y gustaba de ver a sus amigas. No obstante, su salud era delicada como consecuencia de las secuelas de la apendicitis.

Durante los primeros días de 1919, Juanita visitó el convento de las Carmelitas Descalzas en Los Andes, donde confirmó su determinación por consagrase a Dios en esta orden. Escribió a su padre una carta para pedirle permiso para entrar al claustro, diciéndole que sólo así sería realmente feliz. Conmovido hasta el llanto, don Miguel aceptó. De esta manera, Juanita ingresó con gran alegría al convento el 7 de mayo de 1919. Recibió el nombre de Sor Teresa de Jesús y tomó el hábito el 14 de octubre de ése año.

La joven se esforzó desde su ingreso por cumplir fielmente con la regla de la Orden; la priora la consideraba un alma excepcional, pero su salud física comenzaba a menguar. Juanita sabía que moriría joven ya que el Señor se lo reveló durante su oración, por eso pidió al confesor que le permitiese hacer penitencias extraordinarias en marzo de 1920, un mes antes de morir. El sacerdote no le creyó; sólo la instó a seguir los ejercicios cuaresmales. Juanita vivió su última Cuaresma muy intensamente pese a que sus dolores se recrudecían. El 2 de abril, Viernes Santo, una fuerte fiebre la obligó a reposar. Varios médicos la diagnosticaron en etapa terminal del tifus, por lo cual hizo su profesión religiosa in articulo mortis el 7 de abril. Luego de cinco días de mucho sufrimiento que ofreció a Nuestro Señor, la joven religiosa partió a la Patria Celestial el 12 de abril a las 7 de la tarde. Tenía 19 años. El 3 de abril fue beatificada por San Juan Pablo II en su visita a Chile, quien también la canonizó el 21 de marzo de 1993 en Roma.

Francisco Draco Lizárraga Hernández