Santa Teodosia de Tiro

Catequesis

Eusebio de Cesarea, historiador griego de los primeros siglos del cristianismo, relata en su obra Mártires de Palestina que Santa Teodosia nació en la provincia romana de Tiro, actualmente Líbano, hacia el año 290 d.C. Por lo que se sabe, desde muy pequeña mostró una gran devoción y se consagró como virgen a los 15 años, deseando ante todo llegar a ver el rostro de Dios cuando falleciese.

Durante ése tiempo, la campaña contra el Cristianismo del emperador Diocleciano estaba en su apogeo, por lo que las historias de los santos mártires pronto eran conocidas por los cristianos de todo el orbe. Teodosia, lejos de amainarse ante los relatos de las inhumanas torturas a las que eran sometidos los seguidores de Cristo, se llenaba de valentía para profesar su fe públicamente y dar un testimonio vivo de las enseñanzas de Jesús. Debido a esto, cuando cumplió 17 años decidió pasar las fiestas de la Pascua en Palestina, provincia que colindaba con Tiro.

En Jerusalén pasó el Jueves y Viernes Santo, llenándose de Fe con la meditación de la Pasión de Nuestro Señor; sin embargo, también su caridad se avivó debido a que atestiguó como muchos cristianos eran capturados por los soldados romanos durante la vigilia pascual del Sábado de Gloria, lo cual la llevó a quererlos socorrer. En ése entonces, el pretorio de Palestina se había trasladado a Cesarea Marítima, el puerto romano que Herodes el Grande había fundado hacía más de 300 años, y que desde la predicación del apóstol San Pedro era un importante enclave cristiano; en consecuencia, los juicios contra los seguidores de Jesucristo eran realizados en esta ciudad.

La joven virgen salió aún de madrugada para llegar a primera hora de la mañana a Cesarea. Era Domingo de Resurrección, y el prefecto romano había decidido juzgar sumariamente a los prisioneros cristianos a fin de ejecutarlos ése mismo día. Teodosia llegó mientras los tenían reunidos frente al pretorio esperando la sentencia del prefecto. De inmediato comenzó a consolarlos recordándoles las promesas de Cristo, y sabiendo que la mayoría morirían, les pidió que intercedieran por ella en cuanto llegaran a la presencia de Dios. El centurión romano que vigilaba a los prisioneros la escuchó, y acto seguido la mandó capturar para llevarla ante el prefecto de Cesarea.

El funcionario imperial, al enterarse de lo que Teodosia había hecho, montó en cólera y amenazó con darle un martirio espantoso si no se retractaba de lo que hizo y negaba a Cristo. La joven, más decidida que nunca, dijo que se gozaba en ser perseguida y dar su vida por Nuestro Señor, afirmándole que tenía fe en que su fe y buenas obras serían recompensadas en la eternidad. Furioso, el prefecto ordenó que de inmediato la llevasen a torturar, y dio instrucciones a los verdugos de que le diesen el peor suplicio posible. En consecuencia, los ejecutores tomaron rastrillos y desgarraron a Teodosia por los costados. Se instó una vez más a la santa a renunciar a su religión, pero ella pidió al Espíritu Santo que le concediese la fuerza para resistir su martirio y amar a Cristo hasta el extremo.

Los verdugos prosiguieron con el suplicio hasta que dejaron los huesos de la joven al descubierto, pero ella, pese al indecible dolor que sentía en su cuerpo, aún respiraba y en su cara se reflejaba una bella sonrisa. Era un signo de la serenidad y gozo que sentía por encontrarse pronto ante la presencia de Dios. Cuando llegó el prefecto a ver el resultado de su sentencia, se irritó al percatarse que no llegó a causar el terror que quería infundirle a la joven. Entonces, ordenó que arrojasen su cuerpo al mar. Eusebio de Cesarea menciona que la valentía y serenidad de la joven pronto se supo por toda Palestina y Tiro. Gracias a esto, la devoción a Santa Teodosia data de los primeros siglos de la Iglesia.

La gran valentía y fe de esta santa, así como su gran gentileza y caridad hacia su prójimo son un reflejo de cumplir el mandamiento más importante: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22: 36-40). Reflexionemos, ¿Le hablo de Dios y sus promesas a quienes necesitan un consuelo?, ¿Renunciaría a Cristo para mi conveniencia personal o material?, ¿Son los santos y los mártires de la Iglesia una inspiración para mi propia vida de fe? ¿Tengo terror a la muerte o la acepto como el paso infranqueable hacia la vida eterna? En esta memoria de la santa pidamos su intercesión para que, a semejanza de ella, sepamos cumplir cabalmente el mandamiento más importante para mayor Gloria de Dios. Así sea.

Francisco Draco Lizárraga Hernández