Todo empezó con Mel Gibson. Testimonio de Eva Burniol

Experiencias, Testimonios

Me llamo Eva soy de Barcelona y un día de septiembre decidí cambiar la perspectiva de mi vida. Pasé de vivir mis planes, mis estudios, mis amistades todo con mis gafas, a ponerme las lentillas de Dios y dejarme llevar por la infinitud de detalles que tiene conmigo y que veo gracias a mi fe. Todo empezó con Mel Gibson. A lo largo de la película de la Pasión viendo lo muchísimo que me ama Dios para sufrir eso, pensé en cómo responder a esa magnitud de amor. Y ahí fue, después de repasar todos los caminos que conocía en la Iglesia, dónde escuché su voz pidiéndome si quería ser numeraria auxiliar del Opus Dei.

Como toda vocación hay un tiempo de discernimiento, de búsqueda, de prueba. Yo no tenía ninguna duda al principio, era muy joven y con ganas de darlo todo. Mis padres respetan mi libertad, mis amistades no entendían mucho… pero también respetando. No he tenido grandes dificultades para dudar de Dios, si para dudar de mi misma. El mundo es maravilloso y te ofrece multitud de oportunidades profesionales, económicas, afectivas…No son pocas las personas o proyectos buenos rechazados por mi entrega a Dios. La vida está llena de luces y sombras. Y en esas sombras, dudas, enfriamiento, dejadez…siempre Dios me tiende la mano y confirma que me quiere en sus planes, que te puedo afirmar que son sorprendentemente buenísimos. 

Soy maestra y alumna porque aprendo cada día algo nuevo de mi vocación y de la vida. No nacemos sabiendo y tengo que decir que cuando me lancé a la aventura de ser numeraria auxiliar no pensé que fuera algo tan grande y tan importante. 

La vocación en el Opus Dei es una vocación de cristianos en medio del mundo, vivir lo ordinario de manera extraordinaria porque con Dios se hace todo grande. Vivir con la cabeza en el cielo y los pies en la tierra. No es fácil este equilibrio y para conseguirlo, un básico para mi es la Misa diaria. Igual que necesitamos comer de todo un poco, aunque podemos vivir con menos, necesitamos alimentarnos cada día espiritualmente aunque podamos hacerlo sólo los domingos. Además puede sonar cursi pero Dios es el amor de mi vida y no me pierdo un día sin Misa porque la comunión es el encuentro más real que podemos tener con el mismo Dios, y no somos conscientes. 

Mi misión, mi trabajo y mi vida giran entorno a las personas. Siempre ha sido así pero ahora de manera muy especial, me dedico a lo más importante, la familia. Que cada persona sienta de verdad que pertenece a una gran familia. Mi trabajo bien hecho y con detalle, tiene que llevar a los demás a Dios, que es nuestra primera familia. Esto no es a base de puños, sino apoyándome mucho en la oración. 

El gran tema de la oración que no es más que dirigirse a Dios y escucharle. Muy importante la segunda parte, escucharle. Es un diálogo no un monólogo. Y aquí es donde amigos y familiares no comprenden porque no escuchan, porque no pueden. Es muy difícil escuchar a Dios si no luchamos por conectar de verdad. El bombardeo de imágenes, mensajes, series, likes que rondan por la cabeza taponan los oídos, y toda la sensualidad y culto al cuerpo nos ciegan para ver más allá de lo que se ve. No es fácil, pero tampoco imposible. Si queremos, lo pedimos y nos ponemos, escuchamos a Dios.

Y cuando lo escuchas te das cuenta de que no puedes quedarte para ti este tesoro tan grande. Saber comunicar y transmitir la fe es el reto. Muchas veces vivimos acobardados por el «qué dirán de mí si…» Tenemos como miedo a demostrar lo que somos, nuestras creencias. He de reconocer que los primeros años de adolescencia era ultra tímida y pensaba mucho lo que decía, si me atrevía a hablar y discrepar de temas en conversaciones con amigos y en clase. Cuando empecé a rezar y conocerme, hice el cambio de actitud; ¿por qué callar si no soy menos que los demás? Mi opinión cuenta igual que la suya y a quién no le guste que no me mire. Aun así hay que respetar todas las opiniones pero la tuya es importante y da luz aunque no lo veas. No es tanto un hablar de palabras, de enfrentarse, sino ser las 24 horas hija de Dios. Con el andar, con el mirar, con el vestir, con el hacer…de verdad y con ganas nos toca ser más que nunca en esta sociedad tan plural, apóstoles de Cristo siendo nosotros mismos.