Cuando tenía 26 años, en octubre de 2014, me invitaron a un retiro de Emaús en La
Parroquia San Germán de Madrid y no sabía que esto cambiaría mi vida por completo.
En esa época, me perseguía la sensación de faltarme algo, de sentirme incompleta e
infeliz, a pesar de tener todo lo que se supone que uno necesitaba para poder serlo.
Vivía una felicidad falsa y pasajera.
El retiro marcó un antes y un después en mi vida. Me di cuenta de dos cosas, primero
que me faltaba Dios y segundo, entendí que la fe se vive en comunidad y que así se
crece con mayor fuerza de forma espiritual. A partir de ahí, Jesús cogió mi mano y
comenzamos juntos un nuevo camino.
Con 31 años, vivo mi Fe día a día procurando no faltar a la Eucaristía diaria, teniendo
momentos de oración, viviendo el sacramento de la confesión como pobre pecadora
que soy y para los momentos más “difíciles” o simplemente para charlar, cuento con la
guía de mi director espiritual, el Padre Santiago.
Como aprendí lo importante de vivir en comunidad, participo activamente en dos
grupos. El primero se llama “Iceberg”, es un grupo de jóvenes profesionales de la
Parroquia San Germán el cual es uno de mis grandes puntos de apoyo. Compartimos
nuestras vivencias de fe en el trabajo, en casa, con los amigos. Tratamos distintos
temas en los que nos formamos y aprendemos. Es un auténtico regalo de Dios.
Por otro lado, tengo la Rama de Profesionales Femenina de Schoenstatt, en la que me
siento como en mi casa. Este movimiento me ha regalado en abril de este año, la
experiencia de sellar mi vida con una Alianza de Amor con La Mater y desde entonces
me siento una hija mimada y cuidada de María nuestra Madre.
Mi último regalo ha sido irme de misiones al sur de República Dominicana con la
Parroquia San Germán, durante el mes de agosto. Tal vez no hemos cambiado nada
allí, no hemos salvado a nadie, ni tampoco hemos resuelto sus problemas. Si hemos
transmitido nuestra Fe y hemos sido instrumentos. Pero sobre todo, Él nos ha
cambiado y transformado a nosotros, a través de ellos.
Ha sido una de las experiencias más bonitas que he vivido en mi vida. Allí hay barra
libre de abrazos, las sonrisas son gratis, los besos van y vienen. Ellos dan, dan y dan sin
límite. Aunque tengan poco te lo ofrecen todo sin medida, aunque tengan dolor
abrazan y te sonríen. Es una verdadera fiesta de amor, los niños corren detrás de los
misioneros y nosotros nos dejamos llevar, cantamos juntos el “Yeyeye”, damos
palmas, jugamos al pañuelo, nos convertimos en niños como ellos. También hemos visitado enfermos que se enfadan si no vamos a verles todos los días. Visitamos a Las Doñas (señoras), que siempre te abren las puertas de su casa y te ofrecen “jugo de chinola” y de piña.
Visitamos la cárcel. Allí vimos ojos de esperanza y alegría de ver cómo Dios les ama, que Él está con ellos entre esas cuatro paredes que vibran mientras cantan “Si tuvieras fe como un granito de Mostaza…”, “Yo sé que estás aquí mi Señor”… Definitivamente, vuelvo con una inmensa paz, Dios ha llenado por completo mi corazón de amor.
Soy infinitamente más feliz y tengo muchísima paz, ¿Cómo? Con mi sí a Dios en todo
momento, en la escasez y la abundancia y en las circunstancias a veces adversas que
me toca enfrentar. Vivo el compromiso de aceptar los cambios de planes con una
sonrisa, no enfadarme continuamente por lo que no poseo, por lo que nunca llegó a
ocurrir, por las ocasiones perdidas, por las posibilidades que no se hicieron realidad.
Deseo acompañarle en la cruz, seguir sus caminos. Aceptar lo inesperado con una
mirada de paz que sólo Él puede darme. Es esa actitud positiva, la que me permite
enfrentar los contratiempos con una sonrisa.
Me quedo con esta cita bíblica ;“No recordéis lo pasado, no penséis en lo antiguo,
mirad que estoy haciendo algo nuevo, ya está brotando, ¿No lo notáis?” (Is 43, 19).
Cristina Barceló