Me llamo Raquel, tengo 22 años y si Dios quiere, este 21 de septiembre entro en el Instituto religioso de Iesu Communio, y esta es la historia que el Señor está haciendo conmigo y que me lleva hoy a decirle Sí.
Soy la segunda de siete hermanos de una familia cristiana y vivimos la fe en el Camino Neocatecumenal. Durante toda la infancia nos llevaron a un colegio religioso, por lo tanto entre el ambiente del colegio y de la parroquia podría decir que he estado muy cuidada, que he sido querida por mi familia, por mis amigos y por todos los que me rodeaban. Sin embargo, conforme fui creciendo se me coló muy fuerte la mentira de que ese amor me lo tenía que ganar. Yo veía en casa que cuando había discusiones los mayores cargábamos con la responsabilidad, que teníamos que ser un ejemplo para los más pequeños… Y aunque, ahora lo veo y mis padres ahí buscaban un bien, mi reacción fue que o era perfecta para todos, sin decepcionar a nadie, o a mí nadie me iba a querer nunca. Y, sin ser consciente del todo, empecé a hacer las cosas por quedar bien, por agradar. Empecé también a encerrarme un poco en mí misma, por el miedo a no caer bien o a decir tonterías y me refugié mucho en las notas, tanto que para mí un 9,5 era un fracaso muchas veces. Sin embargo, para poder dar la talla del todo en mi casa era muy importante Dios, por lo tanto también tenía que ser perfecta en ese sentido; iba a catequesis con alegría, hablaba de Dios en el cole, rezaba, me entusiasmaba ir a misa, y ahí Él me fue cuidando.
En medio de toda esta exigencia, de ser perfecta, el Señor me regaló en 2011, con 14 años una enfermedad poco común. Yo no entendía nada, por qué tenía que estar ingresada, por qué me pasaba a mí, etc. Esta enfermedad me hizo ser totalmente dependiente durante varias semanas, muy pequeña; pero yo sabía que hubo mucha gente rezando por mí, y por momentos concretos, sabía que Dios estaba conmigo y no me dejó ni un momento. Cuando me recuperé, a pesar de que mi médico me limitó mucho ese verano, lo cual me cabreó bastante, yo tenía la certeza, de que Dios me había sacado de ahí, porque me quería viva y tenía una historia grande para mí. Y ahí empezó mi relación personal con el Señor.
Con todo esto, yo seguí viviendo lo que me tocaba, acabar la ESO y empezar bachillerato en un instituto público donde mi burbuja cristiana súper cuidada se rompió. A pesar de tener amigas en clase, yo empecé a experimentar una soledad muy grande, me sentía como muy desubicada, como diciéndole al Señor si era eso lo que había pensado para mí, la historia grande que me había prometido. Yo seguía siendo la chica buena que lo hacía todo bien, que daba la talla, pero no bastaba. Y fue ahí cuando conocí el Oratorio, un grupo llevado por sacerdotes de jóvenes de mi edad en los que yo vi VIDA. Al principio fui por conocer gente cristiana con la que relacionarme, pero poco a poco y a través de peregrinaciones experimentaba que ser cristiano no era algo superficial, sino que iba más allá. Así que seguí avanzando en este grupo hasta día de hoy, porque se me enseña a ser cristiana en todos los sentidos. Además, me iban enseñando mis heridas, sufrimientos que tenía y poco a poco se me daban armas, y sobre todo experimentaba que querían mi bien. Además me ponía de frente mi realidad, en mi familia, en mis estudios y sobre todo en el sitio que Dios me regalaba en su Iglesia, en el Camino.
Fue ese verano, en el paso de 1º a 2º de Bachiller, cuando se organizó una peregrinación a Solsona. A lo largo de todos los días, el sacerdote que nos acompañaba nos dejaba sostener a Cristo sacramentado, y yo me acuerdo que en el momento en que me lo dio, experimenté una paz enorme a la vez que un amor que me atravesaba todo el ser, era como ‘Raquel, Yo te quiero a pesar de todo’. Con esto en el corazón, me fui una semana después a Santo Toribio y ahí, adorando la cruz, por primera vez dije ante este Amor que ha dado la vida por mi hasta el extremo: ‘Señor mi vida es tuya’. Y con esta experiencia y con este deseo comencé el curso levantándome en un encuentro de jóvenes para irme de misión. El problema vino cuando me empezó a gustar un chico… por lo tanto, me parecía absurdo irme de misión o de monja, así que lo dejé todo en un segundo plano. Con este chico no pasó nada, pero esa idea de entregarle mi vida al Señor, cayó en el olvido y seguí viviendo.
Este testimonio tan bonito de Raquel Cantos, por ser muy largo, os lo vamos a ofrecer en cuatro días sucesivos. Mañana continúa a la misma hora.