Elena García, una voluntaria en Tierra Santa

Experiencias, Testimonios

El 16 de julio, con mucha ilusión, un grupo de universitarios partimos hacia Tierra Santa.
Los próximos ocho días viviríamos con las hermanas del Hortus Conclusus en un pueblo cercano a Belén.
Tras cuatro horas de vuelo, llegamos a Artas, donde las hermanas nos estaban esperando con los brazos abiertos y la limonada casera más rica que he probado en mi vida. Les cogimos muchísimo cariño.
El plan de esos días era, por la mañana rezar laudes, desayunar y trabajar y por las tardes,visitar Tierra Santa.
La tarea que nos dieron fue limpiar el monte de maleza para ayudar a prevenir incendios y recoger la basura que encontráramos. Era un trabajo duro, sin embargo, no fueron momentos que pasamos callados, esperando el momento de terminar, en absoluto; más bien todo lo contrario: debieron de oír nuestras risas y nuestros cantos desde la otra punta del pueblo. Estábamos alegres, y con esa alegría dábamos testimonio de nuestra fe.
Durante las comidas, la hermana María Rosa nos contaba cosas sobre la gente de allí, la convivencia de religiones, los niños del jardín de infantes… nos ayudó a acercarnos un poco más a la realidad del país en el que estábamos. Es una realidad tan compleja… recuerdo que la hermana nos dijo que si salíamos de allí con la idea de que lo habíamos entendido: mal; que teníamos que marchar con la sensación de seguir sin entender nada.
Como ya he dicho, por las tardes salíamos a visitar distintos lugares. Estuvimos en la Iglesia de la Visitación, la gruta de los pastores, en la Basílica de la Natividad, la Capilla de la Ascensión, Getsemaní, el muro, el Calvario, el Santo Sepulcro… y tantos lugares. No sabría explicar la sensación que me provocaba el saber que estaba pasando por los mismos lugares por los que Cristo pasó, es… sobrecogedor. En algunos de estos sitios tuvimos la oportunidad de celebrar la eucaristía, en otros tuvimos un rato para rezar en silencio…También visitamos el desierto de Judea, el río Jordán y el Mar Muerto.
En esos días también pudimos visitar a las hermanas del Verbo Encarnado, que acogen a niños con necesidades especiales y a las Hijas de la Caridad de San Vicente, que recogen bebés abandonados. Realmente, la labor que hacen es impresionante. No olvidaré nunca cómo una de las niñas se agarró al dedo de María y no quería soltarla.
Fue ahí donde me di cuenta de lo dura que es la situación que viven muchas personas en Palestina, y de la gran labor que hacen los cristianos en una tierra en la que, en muchas ocasiones, ni siquiera son bienvenidos.
Si tuviera que quedarme con una sola cosa de este viaje, sería una frase que nos dijo una de las Hijas de la Caridad de San Vicente: “Esta mañana habéis estado en la Basílica de la Natividad, habéis visto el lugar donde nació Jesús; pero Él no estaba allí, Él está aquí, en cada uno de estos niños que llegan aquí a diario.” Cristo continúa hoy estando junto a los más necesitados.
Elena García
Delegación de Jóvenes de Vitoria