Escribo esto mientras escucho la canción que cantó el coro diocesano de Getafe durante la comunión en la fiesta del Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles y que me hizo sentir en Roma una vez más. Los días pasados en el Cerro, por el mes del Sagrado Corazón, me ayudaron mucho a hacer examen de mi vida, a dar gracias, una vez más. Vida que no siempre fue devota por mi parte, no así por la de Dios.
Yo nací en una familia católica y practicante, no faltaba un sábado el rosario y el domingo todos a misa, rosario que siempre recuerdo recitado como un papagayo, y misa a la que por sistema teníamos que llegar 5 minutos tarde, si no, no era misa. Fui a un colegio del Opus Dei donde me daban bastante buena formación, formación que por un oído entraba y por otro salía, también os digo. Tenía todo pero al más importante no lo tenía, a Dios.
Conforme crecía, iba a misa, porque tocaba, era domingo y había que ir, pero, dependiendo de la época, cuando me aburría, cogía y me iba, me confesaba cuando en el colegio decían, cuando metía la pata, pero para “limpiar y seguir igual hasta la siguiente”. Esto lo digo ahora muy libremente por que en aquél momento no era consciente de la situación, conste.
A los 15 encontré un grupo de catequesis cerca de casa al que empecé a ir y en donde, no recuerdo porqué, empecé a hacerme preguntas, desde las más absurdas a las más teológicas. ¿Qué pasó? Que esa gente no supo darme respuestas, pero… soy un pelín cabezota y seguía preguntándome, hasta que una profesora del colegio, gracias a un trabajo que mandó, comenzó a hablar conmigo, y ahí sí, ahí encontraba respuestas a esas inquietudes. Esas inquietudes se tradujeron en comenzar a formar parte de un movimiento de la Iglesia, donde me seguí formando y seguí preguntando. Había tenido problemas médicos desde que nací y había estado a punto de perder la vida varias veces pero mi vida ya tenía un sentido, Dios me había llamado a estar ahí.
A raíz de una crisis personal, Dios me regaló, por la intercesión de San Juan Pablo II y de las redes sociales, unas personas que me ayudaron a curar las heridas que yo tenía, tanto por esa crisis como las que había ido almacenando a lo largo de mi vida (mala relación con mi padre, separación de mis padres, un corazón endurecido a causa de no saber gestionar mis relaciones personales y del daño que éstas me pudieron hacer). Tras un año con ellos y tras participar de un cursillo de cristiandad pude descubrir dos cosas: que tener corazón no estaba tan mal siempre que se quiera bien y que tenía un Padre que me quería con locura, que siempre había estado ahí pero por mi visión borrosa pues no lo veía.
Como pasa con las cosas que hace Dios, no podría explicar que pasó, con el tiempo recuperé… perdón, comencé a tener relación con mi padre, comencé a no pensar tanto en el futuro, cosa que me agobiaba sobremanera (a veces me sigue pasando factura, Roma no se consquistó en un día) y comencé, con ayuda de hermanos en la fe y de un director espiritual, a vivir en manos de mi Padre. Es un desmadre, te tienen que gustar las emociones fuertes, no lo niego, pero el Hombre se está volcando en regalarme todo lo que no he podido ver años atrás. Alivia mucho dejar de hacer cosas (ir a misa, rezar el rosario) y comenzar a hacerlas porque quieres a alguien, no las haces porque sí, las haces porque es tu momento de estar juntos y alivia mucho más dejar de hacer las cosas para que sea Él el que las haga, conmigo, claro. (ojo, no siempre lo consigo)
Marta Martín