Hace poco más de medio siglo, concretamente 63 años, que viera a la luz en la ciudad alemana de Colonia la asociación que a día de hoy conocemos como UIGSE, la Unión Internacional de Guías y Scouts de Europa, con el fin de congregar mediante el escultismo a una Europa fraterna y cristiana. No podemos hablar de este método educativo, al que también podríamos catalogar como forma de vida, sin hacerlo de su fundador, el coronel británico Robert Baden Powell, quien quiso formar a jóvenes desde cuatro puntos de vista: el carácter, la salud, el servicio y la técnica, y con el propósito de “construir un mundo mejor”, ideal que distingue a las miles de asociaciones que se han formado a raíz de la propuesta recogida en el libro “Escultismo para Muchachos”. Fue el sacerdote francés, Jacques Sevin quien elevó esta propuesta a un nivel espiritual, incorporando al que conocemos como el quinto fin en lo que al escultismo católico se refiere: el sentido de Dios.
Tras leer estas líneas, el lector puede haberse quedado indiferente. ¿Una mera definición enciclopédica? Quizás. Estaba deseando escribir sobre el que se ha convertido en un cambio fundamental en mi vida, y este verano encuentro la excusa ideal.En apenas un mes, un total de 4625 guías y scouts de toda Europa en las líneas anteriores, se reunirán en Roma para participar en un acontecimiento histórico, del que el máximo representante de la iglesia, el Papa Francisco, no se perderá detalle. Desde distintos puntos de la “bota mediterránea”, estos miles de jóvenes a partir de 17 años, muchos de ellos en cargos de servicio dentro de la asociación, se dirigirán en ruta a la Santa Sede viviendo al máximo los cinco principios que en su día recogieron las primeras bases del escultismo católico.
Para un servidor, el escultismo ha significado un cambio radical en la vida, hasta el punto que me ha hecho descubrir la fe. A través de la naturaleza, el scout (o guía) ve la obra de Dios. No sólo eso, sino que todas las actividades que esta pedagogía ofrece van enfocadas al fin último de un encuentro con Dios, siendo el escultismo una auténtica experiencia de fe. Hace ya seis años prometí, en un acto propio del escultismo, servir a Dios, a la iglesia, a mi patria, en todas las circunstancias. Una promesa, que en su día, quizás por mi juventud pudo no calarme demasiado, pero que con el paso del tiempo se ha convertido en una marca de fuego en mi vida. Como cualquier otro scout, comencé siendo lobato, una etapa de inocencia y fantasía, donde el Libro de la Selva te hace adentrarte en un mundo lleno de aventuras, obstáculos, y sobretodo valores. Valores arraigados a la fe católica, como el servicio, el carácter, el pensar primero en los demás, el perdón…, que en mi caso llegó en la segunda etapa. El escultismo pretende hacer del joven un desarrollo pleno a través de los cinco fines. Mi segunda etapa, marcada por valores como la autosuficiencia, el darse a los demás, fue la que me enseñó a crecer no sólo como scout, sinó en la fe, descubriendo, en los demás el don de Dios. Fue una etapa repleta de dificultades, però a la vez, como la fe, llena de luz, de seguridad.
Como piloto, etapa en la que me dispongo a realizar la llamada partida rover, una salida de uno mismo y hacia un servicio completo a Dios, a la patria, al prójimo y al escultismo, estoy descubriendo el verdadero amor de Dios a través de los demás. La vida piloto y rover, scouts y guías a partir de los diecisiete años, tiene como eje central el servicio en todas sus magnitudes, en especial la formación de los pequeños y jóvenes. Como jefe, actualmente sirviendo en la primera rama, el escultismo, mi función no es otra,-día a día reflexiono estas palabras-, que la de llevar almas al cielo. “Menuda tarea”, pensaba yo, pero he descubierto en el escultismo una vocación, descubriendo que va mucho más allá de como lo pintan en las pelis.
Óscar Llena