A Sus pies sentí que me decía: «Te quiero tal cual eres». Carlota (y III)

Experiencias, Testimonios

Una de las hermanas con las que hablé me contó su historia con Dios. Mientras me iba contando yo solo podía llorar. Lloraba porque me sentía identificada en muchos puntos de su historia. Ella también se había encontrado con el Señor en los picos de Europa, le encantaba Madre Teresa de Calcuta, era inquieta y deportista, quería ser misionera… y en un punto de su vida que se suponía que lo tenía todo, ella sentía que no tenía nada. Identifiqué aquel momento de su vida como lo mismo que yo había experimentado 2 años atrás. No podía creer que al fin alguien iba a decirme qué significaba o qué era ese vacío. Continuó afirmando que se dio cuenta de que ella tenía Sed de Cristo, y de que Cristo tenía Sed de ella. Una sed que sólo Él puede saciar. Un vacío que sólo Él puede llenar. Entendí entonces ese vacío que yo sentía, y fue para mí una luz total.

A partir de ese fin de semana, empecé a visitarlas otros fines de semana. Al principio con la idea de quedarme para vivir la vida de monja, pero luego irme con otras para ser misionera. Solo volvía porque me sentía comprendida, me identificaba con todas, me hablaban de un Dios que no era teórico, del Espíritu Santo… y quería empaparme de todo ello. Pero poco a poco mi corazón se fue quedando allí. La idea de misión desapareció de mi cabeza y me di cuenta de la misión tan inmensa que se puede hacer en la clausura (sólo hay que mirar a Santa Teresita de Lisieux, monja de clausura y patrona de las misiones). Era una misión dentro de casa, donde tantísima gente acudía por esa sed inmensa y para compartir la fe o la falta de ella.

Después de varios fines de semana con ellas creí que el siguiente paso que debía dar era hacer la experiencia, que consistía en pasar 10 días con las hermanas para vivir la misma vida que ellas viven, cosa que te puede ayudar a acabar de discernir. Así que un fin de semana me fui con el propósito de pedir hacerla. Pero me entraron los miedos y, conociéndome, sabía que no sería capaz de pedirla. Así que ingenié un plan. Yo le pediría a la hermana que me explicara en qué consistía la experiencia (aunque ya lo supiera), y así luego ella me preguntaría si quería hacerla. Pero no sucedió así. Una vez me hubo explicado la experiencia me dijo: “¿Quieres hacerme alguna pregunta más?”. Me había salido mal la jugada y el miedo me pudo, así que mi respuesta fue, “no”. Y me fui sin haberla pedido. Me moría de la rabia. ¿Por qué no había sido capaz de pedir algo que tanto deseaba y que pensaba que era el siguiente paso a hacer? Al día siguiente llamé a la hermana, le pedí hacerla y, tras comentárselo a la Madre, pensamos la fecha. La única posibilidad en mi horario de prácticas, era después de la graduación. Quedaban 5 meses. 5 meses que se me hacían una montaña. Pero 5 meses que me ayudaron a quererlo mucho más, que no fuera por dar el siguiente que “tocaba”, a madurar ese querer, y también dio cabida a mucha tentación. A medida que pasaban los días iba pensando en todo lo que no iba a poder hacer, las bodas a las que no podría asistir, los nacimientos que no iba a presenciar… solo podía ver lo negativo, lo que me iba a perder en el caso de entrar. Llegué incluso a plantearme el no hacer la experiencia porque quizás no era capaz de decirle que Sí a algo que, para mí, significaba tanta renuncia. Así me presenté en la experiencia. Con una gran mochila de negativismo.

El primer día de la experiencia me recomendaron coger el evangelio y marcar aquella frase que me llamara la atención, porque Dios quería decirme algo con ello. Y eso mismo hice. Cogí el evangelio que era de San Juan y que en un momento decía “Permanece en mí”. Al día siguiente era muy similar y decía. “Permanece en mi amor”. Ahora no solo me decía que perseverara en Él, sino que también en su amor. Y un amor necesita correspondencia. Entonces me empecé a “agobiar” porque eso era algo serio. Al tercer día, en un locutorio, una de las hermanas, al presentar a la comunidad dijo: “Nosotras permanecemos aquí”, entre muchas otras cosas que yo no pude escuchar porque me quedé clavada allí. A las hermanas de mi alrededor aquello no parecía haberles dicho nada, pero a mi ese permanecer me resonaba fuerte. ¿Me estaba proponiendo Dios que me quedara allí, en Iesu Communio?

Al siguiente día nos fuimos a Lerma, donde vivían antes las hermanas cuando eran clarisas y donde se fundó Iesu Communio y así conocer la historia desde sus inicios. Luego fuimos a rezar ante un crucifijo en una de las salas. Ese fue otro de los momentos en los que Dios me ha hablado claro. Yo estaba con esa mochila de “noes” a la que se le añadía el ver a las hermanas rezar o hablar y compararme y ver lo poca cosa que soy. Todas mis debilidades, mis pecados salieron y lo único que lograba era entristecerme a mí misma. Pero a Sus pies, sentí que me decía: “¡Basta ya! Yo sólo quiero que permanezcas en mí y yo permanecer en ti. Yo te quiero tal cual eres, tal cual estás ahora y tal cual te he creado”. Solo podía llorar. Me estaba diciendo que me quería en toda mi pequeñez, con todos mis fallos y debilidades, tal cual me había creado, así me quería Él. No como yo me estaba imaginando o forzando a ser. Esa mochila y todas esas paredes que me impedían verle desaparecieron, para dejarme encontrar con Su mirada amorosísima. Y me colmó por entera de una alegría inmensa, inimaginable. Así volvimos a La Aguilera. Mi decisión era firme: pedir entrar. Pero, ¿Quién era yo para pedir entrar?. Y volvió a entrarme el vértigo.

Hablando con una hermana me dijo: “Dios te ha ido guiando todos estos años, y hay un momento en el que pone todas las cartas encima de la mesa y te dice “esto es lo que hay” y tú tienes que decidir libremente. Pero tienes que darle una respuesta y luchar por ese amor.” Tenía toda la razón, debía luchar por ese amor. Y así fue. Al poder gritar al fin lo que mi corazón tantísimo anhelaba me llené de una paz inmensa, y empecé a respirar desde lo más profundo. Me sentí liberada al poder soltarlo al fin, después de tanto tiempo aguantándolo. El Señor me concedió aquello que todos los días le pido antes de comulgar: luz para discernir, mucha paz y alegría. Todo me lo ha dado. “Pedid y se os dará.”

Se me ha hecho el inmenso regalo de entrar el 11 de agosto, el día de Santa Clara, para volver a nacer en esta nueva casa de Iesu Communio y poder vivir con Él en comunión con mis hermanas. Aprovecho para pediros muchas oraciones por toda la comunidad. Nosotras rezamos y lo seguiremos haciendo por todos vosotros. Gracias.

Carlota Cavallar