Testimonio vocacional del sacerdote Jesús Silva Castignani (y IV)

Experiencias, Testimonios

En una ocasión me contó un sueño que le puso ante la desesperación de la muerte, yo comencé a hablar con él para que comprendiese la muerte desde la fe y para ponerle ante el sentido de la vida, y él me dijo una frase con el corazón encogido y lágrimas en los ojos que se me clavó en el alma: “Jesús, es que a mí no me importaría morirme, porque la vida no me da nada”. Aquella noche llegué a casa, y me puse a llorar, pensando en él. Entonces Dios se me hizo presente, y puso ante mi mente la imagen de muchísima gente, muchos jóvenes que caminaban por el mundo, sin rumbo, con la cabeza agachada, todo gris; gente cuya vida no tenía sentido, y a la que Dios amaba y deseaba que le conociera para salvarles. Mientras mi corazón se desbordaba de amor hacia ellos y del deseo de que conocieran a Dios, me vino a la mente la Palabra de Dios: “Jesús miró a la multitud y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor”. Entonces me di cuenta de que Dios quería que yo me consagrase del todo a él como sacerdote, para ir a todas esas personas que andaban sin Dios, sin sentido, en la tristeza y el vacío que yo mismo había sentido, para darles a conocer la felicidad completa que viene de Dios y llena la vida. Dios me pedía que consagrara mi vida a la conversión del mundo, de los jóvenes, que viven con la inquietud del sentido de la vida en el fondo de sus corazones aunque ni siquiera se den cuenta. Entonces dije que sí al Señor, con lágrimas en los ojos, y decidí hacer lo que me pedía, por amor a él y a toda la gente que había visto.
Sin embargo, aún quedaba una cuestión por resolver: mi novia. Mientras la inquietud iba creciendo en mi interior, había intentado decirle lo que me pasaba y que prefería dejarlo con ella, porque ya no sentía lo mismo por ella –Dios iba pasando a ser el amor de mi vida-, pero ella estaba muy enamorada de mí, y yo era incapaz de decírselo, sumido en mis dudas y mi debilidad. Entonces yo, excusándome, le pasé a Dios el marrón, y le dije: “Muy bien, pues si tú realmente quieres que yo sea sacerdote, haz tú que se termine mi relación con esta chica”. Hizo falta poco tiempo para que un día llegase ella y me dijera: “Jesús, creo que deberíamos dejarlo, porque cada vez te veo más distante, más como un amigo…”. Cuando me dijo eso, se me heló el corazón, y decidí contarle que estaba planteándome la vocación. Fue entonces cuando ella me dijo: “La verdad es que últimamente veía que eras más de Dios que mío, y que tu vida iba para el seminario; y es por eso por lo que he decidido dejarlo contigo”. Yo me quedé patidifuso. Alguna vez había intentado plantearle una indirecta, para que viese lo que estaba planteando, pero me lo dijo con una seguridad… Era como si Dios me estuviera dando palmaditas en la espalda, diciéndome: “Anda, tonto, ¿qué estás esperando para entrar en el seminario?”.
Le comenté a mi catequista, que era seminarista, algo de mi inquietud, por lo que enseguida me apuntó a una convivencia de la Delegación de Pastoral Vocacional de Madrid, después de lo cual decidí ir a la convivencia de semana santa del Seminario Menor. Al año siguiente entré en el seminario menor, le dije a todo el mundo lo que pensaba hacer, luego entré en el seminario mayor. Allí me preparé para el sacerdocio, y finalmente, me ordené sacerdote el 3 de mayo de 2008, casi 10 años después de mi conversión. En estos años ha habido luces y sombras, momentos buenos y crisis, pero Dios ha estado siempre presente, siempre amándome y sosteniéndome, y hoy por hoy, totalmente fiado en él y en su llamada, quiero seguir respondiendo con la ofrenda de mi vida por toda la humanidad como sacerdote. Señor, concédeme ser siempre fiel, a pesar de mi debilidad, y dime, cada día, qué quieres de mí, porque mi voluntad sigue siendo cumplir la tuya. Amén.

Jesús Silva Castignani….