Testimonio vocacional del sacerdote Jesús Silva Castignani (I)

Experiencias, Testimonios

Muchos conocemos a D. Jesús Silva por ser un sacerdote activo en las redes sociales, comprometido con la evangelización a través de su canal de YouTube. Tiene un testimonio vocacional impresionante que, por largo, lo vamos a dividir en varios post. Empieza así:

Me dispongo a escribir el testimonio de mi vocación, para compartir el gozo de saberme amado, salvado y llamado con quienes quieran contemplar el paso de Dios en mi vida.

Yo nací en una familia cristiana, que me enseñó los contenidos de la fe, pero de la que no supe aprender a vivir la relación con Dios. Por eso, aun yendo a misa los domingos con mis padres, y a pesar de rezar todas las noches con mi familia el rosario, fui creciendo y viviendo como si Dios no existiera. Ni siquiera me lo planteaba, era simplemente vivir como si de parte de Dios no hubiera nada que tuviera que ver con mi vida, algo que respondiese a mis inquietudes; nunca me paré a pensar si existía o no, simplemente no estaba en mi vida. Recuerdo que ya desde pronto solía estar mucho tiempo en la calle, haciendo cosas no precisamente “constructivas”. Mis amistades de adolescencia me llevaron a empezar hacer cosas que no estaban bien (os ahorro el contenido concreto de mis meteduras de pata); simplemente me dejaba llevar por el grupo, haciendo las cosas que se supone que debía hacer para ser uno más, y fingir que me lo pasaba genial; pero, a pesar de que aparentemente me lo pasaba fenomenal y no me faltaba nada, empecé a constatar que no había un sentido en mi vida.
Ahora me avergüenzo de haber hecho ese tipo de cosas cargadas de mal, porque a eso nos dedicábamos: a hacer el mal por el mal, por un gusto por lo malo, y en lo malo nos regodeábamos, aún sabiendo que no era lo que debíamos hacer. ¡A cuánta gente molestamos, a cuántos compañeros de clase apabullamos, y con cuántos de ellos nos metíamos y nos burlábamos…! Cada vez era peor, y cada vez en casa estaba menos tiempo, y mis padres veían cómo iba a mal; discutía con ellos, y no les hacía caso, mientras les ocultaba lo que yo hacía. Ahora puedo imaginarme la de veces que habrá llorado mi madre por mí, sentada en la cama, rezando a Dios para que él me sacara de ahí. Fueron dos años oscuros, cuando tenía trece y catorce años. Con catorce llegué al instituto y allí empeoré. Mis travesuras me valieron varias amonestaciones por parte de la dirección, e incluso estuve a punto de ser expulsado temporalmente; y allí suspendí mis primeras asignaturas, yo, que siempre había aprobado. En clase era insoportable, y alguna vez tuve que imponerme estampando a algún compañero contra la pared.

Pero a la vez crecía en mi interior una sensación como no había sentido nunca, una sensación de vacío, que se iba haciendo cada vez más grande. Llegado un punto, era insoportable, temía mirar en mi interior por el vértigo que sentía ante el vacío que hallaba; mi vida no tenía sentido, y eso era insoportable. ¡Cuántas veces volvía llorando a casa tras estar todo el día por ahí haciendo el mal, llorando de sensación de vacío, de sin sentido, de no ser amado! Fueron años grises, oscuros, tristes; ¡qué sensación más terrible! Era como una nostalgia, pero desesperanzadora, porque no había nada que me consolara, una melancolía vacía; recuerdo que me dolía haber perdido la inocencia, y tenía un deseo tremendo de volver a sentirme como cuando era niño, pero como sabía que eso era imposible, me desesperaba.  Entonces sólo pensaba en salir por ahí con mis amigos para olvidarme del terrible hueco que había en mi corazón, pero el hacer el mal sólo conseguía hinchar esa sensación. Además, entre los amigos nunca hablábamos en serio; sólo hablábamos de chicas, de videojuegos y de nuevas maldades, pero nunca hablábamos de nosotros, de lo que vivíamos; en realidad, más que un grupo de amigos, era un grupo de enemigos, porque imperaba la ley del más fuerte, viendo quién era el que más vacilaba, quién el que más se metía con los demás, quién el más malo. Y yo me pudría en mi dolor; en casa no tenía una relación con mis padres como para comentarles lo que me pasaba, pero en una ocasión en que la nostalgia era insoportable, intenté acudir a mi madre en busca de cariño, pero como me costaba reconocer lo que me pasaba, no supe decírselo, y ella no me hizo mucho caso, por lo que me sentí aún más herido, pensando que ni en casa ni fuera de ella podía encontrar sentido, y el peso del vacío me ahogaba cada vez más.

¿Cómo continuará? ¿Cómo conseguirá llenar ese vacío? Mañana continuará…