Cuando me dicen que cuente cosas sobre mi amiga “la monja” siempre me vienen mil recuerdos a la cabeza y no sabría por dónde empezar… Son muchos años de amistad con ella y después de un año aún se me hace extraño llamarla Martina, pero así es. Martina, mi amiga la monja. “Mi amiga la monja” es fácil de decir, pero al pensar todo lo que ello implica se me pone la piel de gallina.
¿Qué contaros de Martina? Creo que todas sus amigas tenemos mil y una historias con ella. Sin duda, me remontaría a todos esos buenos ratos entre risas, silencios y momentos serios en los que era inevitable reírse mientras ella estuviera cerca… pero he venido a hablaros de su vocación y de cómo fuimos conscientes de que nuestra amiga se iba de nuestro lado, pero que siempre, siempre, siempre, la encontraríamos en cualquier momento de oración.
Que tu mejor amiga te diga que se va a hacer monja es un golpe fuerte, creo que es una mezcla de sentimientos a los que necesitas dar siempre una forma positiva. Creo que, al principio, todas tuvimos algo de rabia… es normal, pero también fuimos felices, por saber que una de las personas más importantes de nuestra vida se iría a dar su día a día por el más Grande y a rezar por nosotras, por su familia, por sus amigos, y a ayudar a personas desfavorecidas. Quién nos iba a decir a nosotras que Lucía iba a hacer rosarios, dulces o dar de comer a las gallinas.
Muchas sospechábamos de su vocación, pero cuando Lucía (ahora Martina) nos dio la noticia supimos que ya se trataba de un hecho real, se iba. Gracias a Dios, desde que lo supimos hasta que se fue tuvimos un año de por medio para exprimirla al máximo y aprovechar cada minuto con ella. Yo, personalmente, tuve la suerte de pasar el último año de carrera con Martina algo que me permitió unirme a ella más que nunca. Fue a finales de septiembre de 2017, cuando nos despedimos de ella, con la esperanza de subir a Corella- donde se encuentra el convento- para ir a verla, pero al poco tiempo de ella entrar decidieron llevarla a Colombia -uno de los sueños de Martina- para que siguiera allí su formación y realizara la toma de hábito. En ese momento, cuando nos enteramos de que estaríamos separadas de ella por miles de kilómetros y, nada más y nada menos, que el Atlántico, fue cuando a todas se nos cortaron las alas y toda esperanza de verla. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? Nuestra única forma de comunicarnos con ella sería a través de cartas. Gracias Dios, su madre, a la que le debemos todo lo que sabemos de ella, nos iba informando de cada novedad, cada nuevo paso de Lucía etc… Además, al ir ellos a verla a Colombia a su toma de hábito, tuvimos la suerte de que nos enviara un vídeo de ella, donde vimos a la persona más feliz, natural y espontánea que ha sido siempre. Fuimos felices al ver esa sonrisa de oreja a oreja que tantos buenos ratos nos ha dado.
A la hora de hablar de sentimientos hacia su vocación y su marcha, se nos cruzaban sentimientos, es muy fuerte, repito, que tu amiga del alma no esté a tu lado, físicamente, en los mejores momentos de tu vida, pero gracias a Dios, siempre la tenemos presente. Creo que en el grupo de Whatsapp con mis amigas no hay día que no la recordemos: vídeos, fotos y ¡hasta notas de audio de ella! No dejan de fluir por nuestras
conversaciones, queremos a Martina con todo nuestro corazón y, como es normal, aceptamos su decisión, rezamos cada día por ella y su vocación y creemos que no podría estar en mejor sitio ya que, como bien nos ha dicho, es la persona más feliz del mundo. Y, en realidad, así es como nos sentimos nosotras, sus amigas, felices por saber que tenemos a un ángel de la guarda que reza y vela por cada una de nosotras.
El lunes 13 de mayo, volvía yo a Madrid cuando su madre me escribió un Whatsapp: “Lucía llega a Madrid el miércoles por la mañana!!!” En ese momento, el corazón se me paró y comencé a llorar como una magdalena. Un año y medio después vería a Martina, todavía no me lo creo. Acto seguido, organizamos un grupo de sus amigas que vivimos en Madrid para ir a recogerla al aeropuerto, evidentemente, todas estábamos con los nervios a flor de piel y sin creernos lo que estaba pasando. Tras casi 3 horas de espera en el aeropuerto, preguntando a azafatas por monjas en sus respectivos aviones, vimos aparecer a esa jovencita, con hábito color café que una de las azafatas nos había asegurado ver. Los gritos fueron pocos, pero el abrazo en el que nos fundimos todas con ella fue lo mejor que experimentábamos en mucho tiempo. ¿Lo más especial de todo? Pudimos pasar casi dos horas con ella, comimos en un Burger King y nos reímos recordando viejos momentos y sus historias allí en Colombia. Ella sigue igual, con sus carcajadas, su sonrisa y unos ojos llenos de brillo y de bondad. Nos preguntó por todas sus amigas y nos pidió dejar los móviles para disfrutar con ella esas horas en las que estuviéramos juntas. Cuando mis amigas me han preguntado, después de verla, cómo está Martina, yo les he dicho: Está feliz, con sus bromas de siempre y su risa, os quiere con locura y reza por todas y cada una de vosotras.
Ella nos espera en Corella con los brazos abiertos donde se quedará, si Dios quiere, hasta nueva orden, también espera nuestras cartas para contarle sobre nuestras vidas pero, lo que más quiere de nosotras, son los rezos, rezos sinceros, llenos de fe y de amor hacia Dios y hacia ella. Te queremos Martina.
Bea Molina