¿Y yo por qué no puedo ser como ella?

Experiencias, Testimonios

Todo comenzó un día con un interrogante: ¿Y YO POR QUÉ NO PUEDO SER COMO ELLA?

Quisiera compartir con todos los que puedan leer este testimonio mi historia de vida, que no puede ir desligada de mi historia vocacional.

Tengo 51 años, y llevo 30 años consagrada al Señor en el Instituto de las Hermanas Carmelitas de San José, fundado por Madre Rosa Ojeda Creus, (nacida en Barcelona). Soy de un pueblo pequeño de la provincia de Toledo, Urda, donde pasé los primeros años de vida, hasta que a los 17 decidí hacer una experiencia con las hermanas para descubrir si era real mi deseo de seguir a Jesús en la Vida Religiosa o tan solo era un sueño de tantos que tenía y sigo teniendo.

Como cualquier joven de su tiempo me encantaba estar con mis amigos, salir, ir a la moda, llevar pantalones, divertirme, reír, jugar, cantar, pasear y compartir sueños e ilusiones de futuro. No pensé nunca que Jesús me invitara a vivir esta aventura de “vivir la vida por Amor, regalando amor gratuitamente sin pedir ni esperar nada a cambio”. Yo quería casarme, tener una familia numerosa, ser secretaria. Pero un día se cambiaron los planes, como dice Sta. Edith Estein “lo que no estaba en mis planes estaba en los planes de Dios”.

Recuerdo el día que pensé interiormente que podía seguir a Jesús como si fuera ayer. Entre mis amigos, ya había alguno que fumaba, que para divertirse necesitaba algún que otro porro y fue entonces cuando me empecé a plantear que yo podía ser feliz sin esos sucedáneos de felicidad y, por otra parte, que quería hacer algo para demostrarlo. Los días fueron transcurriendo y fue a partir de una discusión fuerte que presencié en casa entre un primo (que estaba pasando unos días con mi familia) y mi padre porque mi primo quería salir y mi padre no le dejaba. Tras una noche dura mi cabeza no dejó de pensar; me sentía impotente, perdida, desconcertada. Los días fueron transcurriendo y fue un 28 de enero, preparando los cantos de la misa del domingo, que fui al Santuario a hacer un rato de oración y al entrar cogí una hoja de la Fundadora que hablaba del apostolado del cuidado a los ancianos y pensé: ¿por qué yo no puedo hacer algo así en mi vida? El Señor fue preparando el terreno sin yo darme cuenta. Cenando, sin pensarlo dos veces, inconscientemente, pregunté a mis padres qué pasaría si yo un día fuera religiosa, a lo que hubo un silencio sepulcral. Seguimos cenando y aquello para mí quedó en el olvido, sin embargo, mi padre, que era muy amigo del párroco se lo comentó y le faltó tiempo para hablar con la hermana responsable de la catequesis en el pueblo. Al poco tiempo me llamó y me invitó a tomar un café para preguntarme si alguna vez yo me había planteado “ser monja”, a lo que de dije que alguna vez, pero que lleva meses con una inquietud interior que no entendía. Aquella invitación al café se convirtió en costumbre semanal en la que soñaba con dar un paso más en mi vida “dándome del todo al Todo”

El ritmo de mi vida continuó con normalidad, iba al instituto, donde estudiaba Gestión Administrativa, donde era feliz, sin embargo cada vez que hablaba con la hermana que me acompañaba en mi proceso me sentía más inquieta y con más dudas. Mi corazón estaba dividido. ¿Qué iba a hacer con mis sentimientos? ¿Cómo romper la amistad con un chico que me fascinaba y cambiarlo por la vida en un convento? ¿Qué dirían mis amigos y mi familia? ¿Sería capaz de dejar mi pueblo, mi gente, mi sueño de trabajar en un banco? Pero la inquietud por darme a los demás, por entregarme a los más necesitados, cada vez era más constante. Fue en unas convivencias y más tarde en la celebración de la Pascua Joven en la que participe, que Jesús me hizo entender que “me quería para sí”. Mi decisión estaba hecha y llegó el día en que les dije a mis padres que llevaba mucho tiempo hablando con la hermana Mª Paz y les pedía permiso para irme a Barcelona a terminar mis estudios con las hermanas porque quería ser religiosa como ellas.

A partir de ahí mi vida cambió. Tuve que enfrentarme a comentarios de todo: “estás loca, una persona como tú, qué va a hacer en un convento”. “Tú vete, dentro de tres meses estás aquí de nuevo” “¿Vas a sacrificar tu vida con la cantidad de cosas que puedes hacer en el mundo?”. Aún así estaba decidida a superar lo más difícil, decirle a mi amigo que no podía seguir con él porque me sentía llamada a otra vida, que me iba de monja para el curso siguiente. ¿Cuál fue mi sorpresa, después de haberme dejado de hablar varias semanas? Su respuesta me descolocó: “si fuera otro chico lucharía por ti, pero ante El, sé que no puedo”. Eso me ayudó pero aún así mi corazón sentía tristeza.

Después de estos 30 años puedo decir que aún sigo sintiendo que Jesús me quiere y siempre me ha querido para Él. He tenido que superar crisis, noches, dificultades, contratiempos, pero puedo me siento feliz de vivir para Él y por el Reino. Me siento feliz de haberme enamorado del Amor que me impulsa a vivir cada mañana dando gracias por lo que recibo, a vivir luchando por construir un mundo diferente aportando lo poquito que está en mis manos.

Durante más de 20 años he estado dedicada a la educación de los niños y los jóvenes en un colegio, llevando grupo de jóvenes a los que he querido y acompañado en su proceso de formación y de crecimiento. En la actualidad ayudo a las personas mayores en una residencia y acompaño en el proceso de formación a las hermanas de nuestra congregación de profesión temporal (junioras). Sigo manteniendo la ilusión por compartir lo que soy, lo que tengo, Intento que mi vida “sea un regalo para los demás” sabiendo que sólo lo puedo hacer de la mano de Jesús, abandonándome en sus brazos porque sola sería incapaz. Siento en mi interior la vida que me regala y que Él quiere que comparta. Sé que a pesar de las dificultades que encuentre en mi camino “nunca estoy sola, y que con Él no he de temer”. Intento renovar mi sí cada día y dejarme seducir por su Amor, un amor que me habita y me sostiene en el camino.

 

Hna. Susana García del Álamo

Carmelita de San José (hcsj)