La Fe de los niños.

Catequesis

Comencemos situándonos en el  Catecismo de la Iglesia Católica. Dividido en cuatro partes, tiene una gran riqueza de contenido. La fe que creemos: el Credo; la fe que celebramos: los Sacramentos; la fe que vivimos: los Mandamientos; para terminar con el último capítulo dedicado a la Oración.

Se podría decir que el Credo, tiene un carácter doctrinal; los Sacramentos un carácter eclesial porque a través de ellos nos constituimos en miembros de la Iglesia. Los Mandamientos, por su parte, tienen un carácter personal, porque  los tiene que vivir cada uno. Finalmente, la oración desarrolla nuestra vida espiritual.

Aunque esas cuatro partes están entrelazadas entre sí, si tuviéramos que decidir cuál de ellas es la más importante deberíamos señalar a los sacramentos. Sin sacramentos no hay vida cristiana posible. Los padres y padrinos llevan al niño recién nacido a la pila bautismal. El bautismo, sacramento de la iniciación cristiana y de la incorporación a la iglesia, se recibe antes de que el niño tenga uso de razón. Pero no pasará mucho tiempo hasta que el renacido del agua bautismal empiece a descubrir un mundo a su alrededor. Si la familia viven su fe, que es el caso que aquí suponemos, el pequeño se irá familiarizando con su otra familia: la celestial. Y comenzará a saber quiénes son la Virgen, San José y el Niño. Desde el principio, si los padres son buenos catequistas, es decir si conocen bien la psicología infantil, harán que sus hijos se fijen en el Niño Jesús. Si en la familia hay niñas, todavía tendrán más interés en cogerlo y darle un beso, porque las niñas son madres desde que nacen.

Hasta los 5 años los niños se encuentran en un periodo de desarrollo que encierra una gran riqueza interior. En la primera infancia (de 0 a 5 años) todos los niños del mundo son religiosos. Puede parecer una afirmación grandilocuente y exagerada, pero no lo es. No existe el niño ateo: el ateo no nace, se hace. Se hace por carencia de enseñanza, y en los casos más dolorosos, como reacción a los abusos y malos tratos de la infancia, que se quedan grabados en el cuerpo y en la memoria.

En ese lado oscuro de la civilización, existe también el drama de los niños abandonados. Curiosamente, según las estadísticas, ese abandono se da en mayor número en los países en donde la gente cree en la otra vida; es decir, son países religiosos (en gran medida musulmanes), que no se atreven a acabar con una vida humana porque lo consideran un gran agravio a Dios. La vida tiene para ellos un valor sagrado.

Pero volviendo a la primera infancia, el niño, según vaya creciendo, irá descubriendo el maravilloso mundo sobrenatural; aunque en este punto hay que hacer una observación importante: para él, el mundo natural también es sobrenatural. Lo divino y lo humano van de la mano. Esta fuerza y coherencia de la infancia debería hacer pensar a los padres que el gran peligro es la tibieza, de la que previene el Ángel a la iglesia de Laodicea en el Apocalipsis: «porque no eres frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca».

Por desgracia no es raro encontrar familias cristianas en las que los padres «cumplen» las etapas necesarias para que sus hijos hagan la Primera Comunión; pero -a partir de ahí- hay un alejamiento progresivo de los sacramentos y de la vida cristiana. La fe es más externa que interna, y la preocupación por seguir formándose desaparece.

En contraste con ese itinerario, podríamos decir que la catequesis familiar, la más cercana al niño, la más temprana, la que empieza a construir el maravilloso edificio de la casa del cielo, no es solo una enseñanza, sino una vivencia. La doctrina se enseña, la fe se vive. La enseñanza enriquece el conocimiento, la fe engrandece el corazón.

Por todos estos motivos, es lógico que la Iglesia señale a la catequesis familiar como la básica y más importante.

El IV Sínodo de los Obispos celebrado en octubre de 1977, estudio el tema de la catequesis, especialmente la dirigida a los niños y a los jóvenes, y entregó una rica documentación a San Pablo VI. Sus reflexiones fueron recogidas sustancialmente por San Juan Pablo II en la exhortación apostólica «Catechesi Tradendae», que señala las líneas maestras de todas las formas de catequesis. San Juan Pablo II añade a las tres modalidades clásicas de catequesis, es decir: la catequesis familiar, la catequesis parroquial, y la catequesis escolar, una cuarta: la catequesis que imparten los «movimientos cristianos» de carácter laical, que se han desarrollado a lo largo de todo el siglo pasado.

A.- Catequesis familiar

«La acción catequética de la familia tiene un carácter peculiar y en cierto sentido insustituible, subrayado con razón por la Iglesia, especialmente por el Concilio Vaticano II. Esta educación en la fe, impartida por los padres -que debe comenzar desde la más tierna edad de los niños- se realiza ya cuando los miembros de la familia se ayudan unos a otros a crecer en la fe por medio de su testimonio de vida cristiana, a menudo silencioso, mas perseverante a lo largo de una existencia cotidiana vivida según el Evangelio. (…) un ambiente familiar impregnado de amor y respeto permitirá muchas veces que quede en los niños una huella decisiva y para toda la vida. Los mismos padres aprovechen el esfuerzo que esto les impone, porque en un diálogo catequético de este tipo cada uno recibe y da.

La catequesis familiar precede, pues, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis. (…) Nunca se esforzarán bastante los padres cristianos por prepararse a este ministerio de catequistas de sus propios hijos y por ejercerlo con celo infatigable» (N° 68).

B.- La catequesis parroquial.

El núcleo familiar que vive la fe, recibe el apoyo de la comunidad parroquial. En muchas parroquias suele haber catequesis y catequistas con experiencia de enseñar a los niños. El desarrollo de la disciplina catequética ha sido grande y no se detiene. Ha dado, y sigue dando frutos  para la vida cristiana. En esas catequesis suele haber muchas más mujeres que hombres. En cierto sentido es lógico y conveniente que sea así, porque las mujeres interactúan muy fácilmente con los niños, y suelen tener una gran facilidad para la enseñanza.

«Quiérase o no, la parroquia sigue siendo una referencia importante para el pueblo cristiano, incluso para los no practicantes. El realismo y la cordura piden pues continuar dando a la parroquia, si es necesario, estructuras más adecuadas, y sobre todo un nuevo impulso gracias a la integración creciente de miembros cualificados, responsables y generosos.(…). La parroquia sigue siendo, como he dicho, el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación, el ser una casa de familia fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser pueblo de Dios. Allí, el pan de la buena doctrina y el pan de la eucaristía son repartidos en abundancia en el marco de un solo acto de culto» (n° 67).

C. La catequesis escolar.

Por último una referencia a la catequesis escolar. En no pocos colegios de inspiración cristiana, existe la posibilidad de que los alumnos que lo soliciten, reciban allí la catequesis, como complemento a las clases de religión. Evidentemente son cosas distintas: las clases aportan conocimiento, mientras que la catequesis ayuda de manera práctica y asequible a las distintas edades, a que los comportamientos vayan siendo plenamente cristianos como reflejo de lo que se va aprendiendo.

También este aspecto aparece en las orientaciones de la «Catechesi Tradendae»:»…teniendo en cuenta la necesaria diversidad de lugares de catequesis, … en las capellanías de las escuelas estatales, en las instituciones católicas,… en fines de semana de formación espiritual…, es muy conveniente que todos estos canales catequéticos converjan hacia una misma confesión de fe, hacia una misma pertenencia a la iglesia, hacia unos compromisos en la sociedad vividos en el mismo espíritu evangélico» (n° 69).

Bartolomé Menché

www.reinadelainfanciaespiritual.org