Y en la tiniebla brilló la luz de la sonrisa de Dios

Catequesis

Y, por fin, la Navidad ya llegó. Pero ¿qué celebramos en Navidad? Si solo celebramos los buenos deseos, que la familia se reúne, que los amigos se reencuentran después de largos meses separados, etc. pero no celebramos el nacimiento de Jesús, no estamos celebrando la Navidad, estaremos celebrando otras cosas, pero no lo central. Una Navidad sin Jesús es cualquier cosa menos Navidad. Son como el resto de días, reuniones familiares, de amigos… Le falta lo principal: ¡Dios hecho hombre ha nacido! Por eso hay que preguntarse en estas fiestas que celebramos que Dios está con nosotros si nosotros estamos también con Él.

Que Dios se haga hombre, uno como nosotros, es la mayor locura de amor. Mira si se pueden hacer locuras por amor, pero ninguna puede igualar o superar a esta. Por puro amor a nosotros, a ti, Dios se hizo hombre, para estar con nosotros, para redimirnos, para mostrarnos cómo es el verdadero hombre y para asegurarnos que nunca nos faltaría la ayuda necesaria para llegar a ser auténticos hombres.

 

 

 

Al contemplar el misterio celebrado estos días hasta el corazón más perdido sabe que Alguien le busca. ¡Y menudo Alguien, Dios en persona! Es el amor de Dios el nos busca, pero no como un mendigo, sino como el Buen Pastor. Nosotros somos los mendigos necesitados, somos ese corazón perdido, pero a veces no hemos pedido la limosna, otras veces sí, y otras nos cansamos de esperarla. Dios siempre sale al encuentro y nunca abandona. Nuestra necesidad que aliviar es clara: el pecado. Por eso Dios no necesita que le pidamos para salir a nuestro encuentro, porque Él ve nuestra miseria, nuestra necesidad, el pecado sin redimir y las consecuencias que atenazan al hombre impidiendo que sea un verdadero hombre.

El Buen Pastor ha venido al mundo a buscar a sus ovejas perdidas, pero el Pastor se ha hecho oveja, se ha hecho hombre. Ha venido a buscarnos no porque necesite nuestro amor para completarse, pues Él ya es plenitud de Amor, sino para hacernos partícipes de su amor y de su vida divina, para que el hombre que anda perdido en las sombras de muerte recobre el camino de la luz y de la vida.

Como mendigos de amor hemos de acudir a ese Dios-Niño a mendigar amor divino, a beber de la fuente plena y desbordante del amor divino, de la misma fuente de la cual brotó libre y gratuitamente todo lo creado, el hombre y la salvación del mismo, pues al ver a ese Niño hasta el corazón más perdido sabe que Alguien le busca, y Dios, en su eterno hoy, siempre busca al hombre para hacerlo partícipe de su amor libremente y por puro amor de su parte.

En esta Navidad Dios viene a tocar el corazón de cada hombre con una singular intensidad. Las luces de esta Navidad nos han de recordar eso, que un día, en nuestras tinieblas, brilló una luz que iluminó nuestro corazón, la luz de la sonrisa de Dios hecho hombre. Así, celebrar la Navidad es celebrar un encuentro de sonrisas, la del Niño-Dios y la nuestra, la de ese corazón perdido que ya sabe que Alguien le busca, un corazón perdido que ha sido encontrado por la ternura de un Niño, pero encontrado donde estaba perdido, donde menos esperaba ser encontrado. Ahí empieza su camino, nuestro camino, tu camino.

Dios, que nunca ha estado solo, se ha hecho hombre para que ningún hombre esté solo, para que todos sean invitados y puedan entrar a formar parte de la gran familia de Dios. Cuando las sonrisas se encuentran por primera vez comienza el camino acompañado en el que muchas más veces se cruzarán estas sonrisas y no siempre serán en la cuna, a veces será en la cruz, otras entre lágrimas de alegría, otras de dolor, pero al final será en el cielo, donde Dios-Niño nos invita a participar del misterio de su amor pleno y desbordante. Allí ya no habrá más llanto ni dolor, solo amor, solo Dios. Solo eterno encuentro de sonrisas.