El momento que todo cambió, el día en el que me planteé la vocación…
Fue donde comencé a ver que Dios me estaba llamando y yo debía buscar cuál era mi lugar. Nada volvió a ser igual desde ese momento… ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? Esta pequeña que apenas sabe hablar… Estas preguntas son algunas de las que me atormentaban todos los días a todas horas. Siendo tan indigna de Él, pero sobre todo preguntaba: ¿Para qué me llamas Señor?
Dentro de mí tenía un gran temor, el saber que me contestaría. Saber que me puede pedir que lo deje todo, pero más allá preguntarme a mi misma ¿Estoy lista para dejarlo todo si Él me lo pide? Nunca fue tan difícil encontrar la respuesta a algo como a estas preguntas.
Todo en mi vida era de un mismo color hasta que Dios decidió mostrarme todo un arcoíris de posibilidades. Llegaron muchos momentos en los que el miedo acababa conmigo, le pedía señales y me las daba, cerraba los ojos y ahí también las encontraba, en mi propio interior. Porque Dios nos hace desear justo lo que Él quiere para nosotras. Se volvía una realidad todo aquello que siempre pensé «no sería posible».
Después de tantas señales ya me asustaba y me daba tanta pena volverle a preguntar, volver a decirle que me enseñara el camino si yo misma no me atrevía a seguirle. Pero todo lo que pasaba por mi mente era una frase que había leído antes «Cuando Dios te quiere te sigue, te persigue y te consigue» y así mismo fue. Así fue Él, todos los días tocaba a mi puerta pero era yo la que no le respondía. Me hacía como si no escuchara, todo era producto de ese mismo miedo que congelaba hasta mis pensamientos. Era llegar a sentirme que no soy capaz de llevar una encomienda tan grande como esa pero ya no podía aguantarlo más, todos mis pensamientos durante todo el día, todas las horas eran invadidos por Él.
Mi corazón ya tenía un sello, ya había sido marcado por un amor tan grande que jamás podría ser superado. Fue ahí cuando por fin me atreví a darle espacio a Dios en mi vida y dejar que tomara el control y vi como inclusive personas que menos pensé se cruzaban en mi camino diciendo cosas como; «Tan bonita, si puedes tener novio. No necesitas ser monja», «Pero no piensas tener hijos, ¿Cómo no quieres casarte?» o «Te vas a quedar sola para siempre». Sí, porque si «quería» había unos estándares… una chica no podía desperdiciar su hermosura detrás de un hábito y un velo. Era una total «perdida» según ellos. No podía desperdiciar mi juventud… ¿Qué haría con mis metas y mi futuro? Pero «Aunque mis anhelos y mi sueños por lograr, ya no importan tanto como antes» Sí… ya no importan tanto como antes porque cada vez crecía ese deseo de entregarme por completo.
Aún siguen las inquietudes y los miedos, nunca se estará cien por ciento segura pero sí se tiene la certeza de que con Él nada se pierde, al contrario se gana todo. Lo que si hay que estar seguras es que el enamorado perfecto para toda chica, aquel que nunca se ha dejado ganar en generosidad es Jesús. He confiado en su voluntad, la he puesto sobre la mía y he ganado más de lo que esperaba. Es por esto que decidí decirle; «He aquí la esclava del Señor» Yo quiero entregarme por completo. ¡QUIERO SER RELIGIOSA!
Graciela Santos y Genesis Garcia.