Hombre y mujer, iguales pero diferentes.

Catequesis

A veces nos planteamos por qué hay tantas separaciones, desencuentros y conflictos actualmente entre las parejas, por qué duran tan poco juntos…Uno de los motivos, entre otros muchos, es la incapacidad que existe hoy en día de aceptar y comprender que la persona a la que amamos es “diferente” a nosotros en su “esencia” más íntima, diferente en la forma de ver la vida, en sus preferencias, intereses, motivaciones, gustos, sexualidad y afectividad…La ciencia ha demostrado recientemente que los propios sistemas que utilizamos para producir ideas y emociones, formar recuerdos, conceptualizar e interiorizar experiencias, resolver problemas, donde se ubican nuestras pasiones, percepciones, toda nuestra vida intelectual y emocional, son distintos.

Hombre y mujeres somos iguales en dignidad y humanidad, iguales en inteligencia, igualmente capaces de alcanzar las metas más altas y los objetivos más nobles, pero la naturaleza nos ha hecho al mismo tiempo profunda y maravillosamente diferentes precisamente para que nos complementemos y equilibremos el uno al otro.

El presupuesto básico para configurar una relación estable es la aceptación de la existencia de una alteridad sexual en la configuración de la personalidad humana, es decir, de unos rasgos propios de la feminidad y de la masculinidad que merecen reconocimiento y respeto; la consideración del sexo como un elemento constitutivo de la persona y no como un mero accidente físico sin trascendencia en la vida psíquica del ser humano.

Hombres y mujeres habitamos en dos realidades emocionalmente diferentes, comprender esto y aprender sinceramente las estrategias más eficaces de nuestra pareja nos ayudará a acortar el espacio que nos separa.

La colaboración activa entre el hombre y mujer debe partir precisamente del previo reconocimiento de la diferencia misma. En general nos sentimos frustrados o enojados con el otro sexo porque hemos olvidado esta verdad importante. Los hombres esperan erróneamente que las mujeres piensen, se comuniquen y reaccionen de la forma en que lo hacen ellos; y las mujeres esperan equivocadamente que los hombres sientan, se comuniquen y respondan de la misma forma que ellas. Como resultado de esta situación las relaciones se llenan de fricciones.

Si somos capaces de llegar a una comprensión de nuestras diferencias que aumente la autoestima y la dignidad personal, al tiempo que inspire la confianza mutua, la responsabilidad personal, una mayor cooperación y un amor más grande, solucionaremos en gran medida la frustración que origina el trato con el sexo opuesto y el esfuerzo por comprenderlo, resultando una forma inteligente de evitar conflictos innecesarios y, en definitiva, de querernos más.

La mujer y el hombre, cada uno desde su perspectiva, realiza un tipo de humanidad distinto, con sus propios valores y sus propias características y sólo alcanzará su plena realización existencial cuando se comporte con autenticidad respecto de su condición, femenina o masculina.

 

María Calvo Charro (www.mcalvocharro.com)