‘-¿Vamos a Fátima?
-¡A Fátima nos vamos!
Allí estaba, un 12 de mayo esperando ilusionado en aquel pequeño pueblo portugués, y como yo otros cientos de miles de peregrinos. Esperando como una gran familia se prepara para la llegada de un Padre después de mucho tiempo, ¡preparados para un gran evento!
La multitud señalando al cielo, el Papa Francisco sobrevolando en helicóptero las miles de almas emocionadas. Almas que vienen desde muy lejos, cada una con sus historias, anhelos, luchas y contradicciones, pero todas unidas al Santo Padre para venerar a la Virgen de Fátima, para poner a sus pies todas nuestras intenciones.
Al cabo de un rato, tras la nerviosa espera, comienzan doblar las campanas de la basílica, y al fondo de la gran explanada la multitud aclama: «¡El Papa!», «¡Francisco!», «¡Santo Padre!». ¡Es él! El obispo vestido de blanco entra en escena y se arma una gran fiesta, las banderas ondean con fervor y solo se ve alegría, ¡la Virgen le espera! Tan pronto como la muchedumbre clamó, quedó enmudecida junto a Francisco, ahora con la mirada puesta en Nuestra Señora, y fue en ese cruce de miradas, cuando un simple hombre puso los problemas de la humanidad a los pies de María.
Anochece… Y llega la luz. Las velas alumbran los rostros de los peregrinos, que oran a una voz los misterios gozosos mientras la Virgen sale en procesión al encuentro de sus hijos.
Llegó el gran día, ¡13 de mayo! Algo muy grande ha sucedido… El Papa celebra la Misa y aunque pareciera imposible, comulgaron todos.
Hay fiesta en el Cielo, dos nuevos santos coronan la basílica, ¡los pastorcitos Jacinta y Francisco Marto han sido canonizados! La Virgen de Fátima sale en procesión a celebrarlo con nosotros. Los pañuelos vuelan despidiéndose de la Madre hasta otro año. Brotan lágrimas, sonrisas y sentimientos contenidos. Un aire de gratitud inunda la plaza y el humilde pueblo de Portugal clama al Cielo: ¡Gracias, gracias, gracias!